viernes, 31 de mayo de 2013

LIBROS-FLORERO



Justo encima de mi cabeza, en una estantería apartada de las miradas indiscretas, conservo una veintena de libros en los que aparece algún texto con mi nombre, junto al de otros trescientos aspirantes a escritor. Auténticos bodrios en editoriales de tercera que, en la mayoría de los casos, contribuyen a mantener a flote la autoestima de quienes llevamos tatuada en la frente desde hace años la palabra fracaso. Antologías infumables que, pese a todo, nos permiten a sus integrantes conservar (aunque sea pendientes de un hilo) nuestros sueños o delirios de grandeza, moribundos pero vivos. 

Estoy escribiendo esto y me pregunto cuántos de los que aparecemos en ese puñado de libros-florero, libros que sólo compran los que salen dentro y cuyas ediciones nadie leerá jamás ni pisarán una librería, vivirán contentos así, añadiendo cada año dos, tres, cuatro libros nuevos a ese rincón que, más que un motivo de orgullo, es (al menos en mi caso) la constatación palpable de su mediocridad.

Estoy escribiendo esto y me pregunto cuántos de esos escritores anónimos se habrán dado una oportunidad. Cuántos de ellos lo intentaron alguna vez. Cuántos de ellos se prestan a esta gran farsa porque están empezando y ver publicado un microrrelato les anima a seguir escribiendo, y cuántos porque ésta es la única forma de estar a la que pueden aspirar. Cuántos porque el ajetreo en el que se hayan inmersas sus vidas no les permite un grado de compromiso mayor y cuántos porque esto es lo máximo que sus vidas están dispuestas a comprometerse con la literatura. Cuántos de ellos, cada vez que reciben un libro nuevo en el buzón, corren a enseñárselo a los amigos y la familia, y cuántos de ellos se apresuran a esconderlo en ese rincón secreto de su biblioteca cuya existencia ignoran hasta sus padres, sus amigos, su esposa.

Como para casi todo, no tengo respuestas. Pero sí una certeza, a la que llevo consagrado unos meses: si tienes que fracasar, hazlo a lo grande.