jueves, 13 de agosto de 2015

LECTURAS EN EL BAÑO (Agosto 2015)


Esto ya me pasó hace unos años con “Los detectives salvajes”; que luego, durante una larga temporada, todo lo que caía en mis manos me parecía una bazofia infumable. Por ese motivo he decidido afrontar la lectura de “2666” siguiendo a rajatabla las instrucciones que dejó Roberto Bolañoa su editor poco antes de morir, y leerlo como cinco libros diferentes que se corresponden con las cinco partes de la novela.

(Roberto Bolaño)

Lo cierto es que hace un par de semanas terminé la primera de sus partes, “La parte de los críticos”, y tal y como sospechaba he quedado literalmente atrapado por la figura de Benno von Archimboldi (un misterioso escritor alemán de cuya existencia apenas se conocen detalles) y Pelletier, Espinoza, Morini y Norton (un grupo de estudiosos de su obra que entablan entre ellos amistad y lo que surja -y vaya si surge-).

(“2666”, de Roberto Bolaño. Publicado por Editorial Anagrama, aunque mi edición es de Círculo de Lectores. 1125 páginas)

Soy consciente de que esta novela es demasiado buena como para dilatar su lectura al ritmo de una parte por año (tal y como especificó Bolaño a Jorge Herralde, en un intento por dejar asegurado el futuro de sus hijos, pues cinco libros de 200 páginas dan más beneficios que uno de 1000), pero me he propuesto intercalar la lectura de “2666” con la de otros libros. Con esto pretendo anticiparme y atenuar el vacío que, presiento, se instalará en mí una vez que de por finalizada esta novela.

Y en eso ando, a la espera de meterle mano a “La parte de Amalfitano”, que es con diferencia la más corta de esta novela. Durante estos días he leído un buen puñado de libros con desigual fortuna. Así, por ejemplo, he disfrutado bastante con “Ocio” de Fabián Casas, una novela breve que se lee del tirón y cuyo regusto queda mucho tiempo dando vueltas por tu mente, como el sabor de un buen expreso lo hace en tu boca.

(“Ocio”, de Fabián Casas. Editorial Alpha Decay. 72 páginas)


Dejo dos pequeños fragmentos:

 “yo estoy, desde hace meses, hundido en el ocio. Como, cago, duermo; soy una biología que no tiene rumbo”.

“Mi mamá murió en mayo del 85, de un ataque de hipertensión arterial. Estuvo una semana en coma en un hospital de la obra social de mi papá. La noche que volvimos a casa después del entierro, me fui a la terraza a tomar un café. Hacía bastante frío y el cielo estaba terriblemente estrellado. Siempre me dio vértigo mirar el cielo estrellado; pero esa noche no podía apartarle los ojos. Lo miré tan fijamente y durante tanto tiempo que la redondez de la luna me pareció un agujero a través del cual se veía una claridad que para nosotros estaba vedada”.

Otro libro que me ha gustado bastante y que he leído en la piscina, entre chapuzón y chapuzón,  ha sido “Recursos humanos”, de Antonio Ortuño. Grosso modo, cuenta la historia de odio de Gabriel Lynch, un joven supervisor que no duda en recurrir a todas las artimañas posibles para destruir a Constantino, su gerente, y ascender de ese modo en la empresa. Mucha mala leche y sangre fría desplegada en esta novela que fue finalista del Herralde en 2007, para compensar lo que otros tienen ganado por el simple hecho de haber nacido en la familia adecuada.

(“Recursos humanos”, de Antonio Ortuño. Editorial Anagrama. 177 páginas)

Cuatro líneas:

“No era más guapo que ellos, no había ido a mejores escuelas ni me vestía mejor y carecía de su encanto. Pero había decidido apegarme al fundamento que hace triunfar a los bandidos: olvidar minuciosamente la compasión”.

“Poesía Experimental Española”, editada por Calambur por Alfonso López Gradolí es una antología en la que he encontrado algunos poetas muy interesantes. Es el caso de (por citar sólo a algunos) Juan Carlos Jiménez de Aberasturi, Edu Barbero, Dionisio Cañas o Juan Greco. Para no hacer excesivamente larga esta entrada, pospongo una breve selección de sus mejores poemas para la siguiente.

(“Poesía  experimental española. Antología incompleta”. Editorial Calambur. 267 páginas)



Y hasta aquí puedo contar. Obviamente, además de estos tres libros ha habido otros (¿Cinco? ¿Seis?) de los que no merece la pena hablar, y es por ese motivo por el que omitiré incluso sus títulos.

Con todo lo dicho hasta aquí, la lectura de la segunda parte de “2666” estaba más que justificada. Hasta que, de repente y sin previo aviso, tuvo que meterse por medio un libro que (a pesar de llevar sólo setenta páginas) sé que no voy a poder soltar hasta que lo termine. Se trata de “Las correcciones”, de Jonathan Franzen.

(“Las correcciones”, de Jonathan Franzen. Editorial Seix Barral. 734 páginas)

Para rematar el pastel, tengo sobre la mesa de trabajo una guinda que sospecho no va a ser de fácil digestión, pero a la que estoy deseando hincar el diente. Se trata de “El libro de Manuel”, de Julio Cortázar, que hace una semana sustraje sin permiso de la biblioteca paterna y que intuyo (por alguna ojeada que he podido echarle) puede tener el efecto de un disparo en la cabeza.

(“Libro de Manuel”, de Julio Cortázar. Editorial Bruguera. 416 páginas)

En cualquier caso, (y en esto sí que seré irreductible, como Girondo) es una historia que tendrá que esperar a la lectura de la segunda de las partes de 2666: “La parte de Amalfitano”. Que una cosa es dilatar el placer y otra pasarse de gilipollas.