lunes, 26 de septiembre de 2011

DEMASIADO BONITO PARA SER VERDAD (KRABI)



Después de más de dos horas conduciendo ya casi hemos llegado a La Solana. A mi lado, Juan Almohada ronca como un animal desde que salimos de Barajas. Sé, por lo poco que me ha podido contar, que estos últimos días los ha pasado en Krabi, una ciudad localizada al sur de Tailandia, perfecta para hacer excursiones a algunas de las mejores playas de este país (como Kho Phi Phi, donde se rodó “La playa”, o Tonsai y Phra Nang).






Antes de entrar en esta especie de coma profundo en el que ahora se encuentra, Juan me ha descrito un par de instantes curiosos. El primero tiene lugar en una isla de arena tan blanca que parece nieve. No consigo recordar el nombre, pero sí que en ella los monos son los dueños y señores de la playa. Los puñeteros están tan habituados a los turistas que merodean sin pudor a su alrededor, en busca de algo que soplarles al menor descuido. 


La otra imagen es de la playa de Phra Nang. Allí, situado en una pequeña cueva, hay un curioso templo en el que se rinde culto al pene.



No puedo contar más. Después de eso Juan Almohada se ha quedado dormido.

Al entrar en el pueblo lo zarandeo un poco y lo llamo. “Sabes”, me dice, bostezando y restregándose con parsimonia los ojos, “Krabi es precioso, pero nunca un lugar tan bonito me había dejado un sabor de boca tan amargo”.


Juan me habla entonces de la masificación de las playas, del aluvión de turistas que, como él, desembarcan en ellas todas las mañanas convirtiéndolo todo en un puto circo… Pero enseguida se calla. Al llegar a un semáforo, justo antes de torcer a la izquierda y adentrarme en su calle, suspira y me espeta: “Oye, no olvides pasarte primero por la gasolinera, a ver si todavía les queda algo de pan que llevar a casa”.

martes, 20 de septiembre de 2011

TRAS LA PISTA DE SKIP SANDS (CHIANG MAI)

(Copio y pego el email recibido hoy de Juan Almohada desde Chiang Mai)

¡Cómo va eso, jefe!

Desde hace unos días estoy en Chiang Mai, la ciudad más grande del norte de Tailandia. Lo cierto es que llegar hasta aquí puede resultar toda una odisea si lo haces en tren. En mi caso salí de Bangkok hacia las 18:00 y no llegué a Chiang Mai hasta pasadas las 11:00 del día siguiente. Tengo que decirte, sin embargo, que esto es mucho más tranquilo que la capital. La gente es amable y agradable, y los precios son bastante más baratos en general.

En el escaso tiempo que llevo aquí he hecho cosas que jamás pensé que haría, como pasear a lomos de un elefante por la selva o recorrer el río en una balsa de bambú (tan rudimentaria que el culo se te queda empapado a los diez segundos de montarte en ella). Me he negado, eso sí, (y mira que me lo habrán ofrecido como mil veces) a contratar una excursión al poblado donde viven las famosas mujeres jirafa. Que conste que he hecho esto por consideración a ti y tus insoportables teorías antropológicas acerca de la colonización, el capitalismo y la fastidiosa globalización. A mí, para qué voy a negarlo, me hubiera gustado ir. Al fin y al cabo sospecho que la situación de estas mujeres no dista mucho de la que he podido observar en otros poblados ubicados en plena selva. Todo está montado para agradar a los turistas y que se gasten cuantos más bahts mejor, de modo que los guiris nos dejamos caer por allí a diario con nuestras cámaras de fotos y ellos nos dejan retratar por unos minutos el decorado en el que viven a cambio de que les compremos algunas pulseras, bolsos o figuritas de Buda (que curiosamente no son artesanales, sino made in China). Pero, qué le vamos a hacer, jefe. Sé muy bien que este es el precio que a veces tengo que pagar por ser tu alter ego, así que chitón y a otra cosa. 

La comida, como te conté en mi correo anterior, es insuperable. Eso sí, me temo que si llegas a ver cómo me prepararon hace dos días en un poblado los noddles no vuelves a probar bocado hasta aterrizar de nuevo en Barajas. Sólo te diré que el cocinero aprovechó el agua de colarlos para lavarse las manos (¡sobre los noddles!), y luego los removió enérgicamente con ellas (en alguna de las fotos que te adjunto puedes ver a este individuo trasteando de espaldas en su cocina). 

Dormir tampoco se duerme mal. El problema es que amanece a las cuatro y pico de la mañana y por la tarde anochece antes de las cinco. Durante mi breve estancia en la selva he dormido sobre una esterilla muy fina, protegida por una mosquitera, en la planta superior de una casa de madera que se parecía un poco a los hórreos gallegos. Todo el ganado estaba abajo, así que imagínate el jaleo que liaban los dichosos gallos en cuanto se colaban los primeros rayos de sol por las agrietadas paredes de madera.

Sabes, jefe, todos estos paisajes seguro que te iban a gustar mucho. A mí me recuerdan a uno de tus libros favoritos: “Árbol de humo” de Denis Johnson. Vale que esto no es Vietnam, pero a veces voy paseando por algún poblado y me parece reconocer en algún turista los rasgos que en su momento les atribuí a Skip Sands o a su tío, el Coronel. 

Pero no todo ha sido patear la selva y esquivar a los mosquitos y a las minúsculas sanguijuelas que abundan en los charcos y el barro (las puñeteras tienen una habilidad especial para localizar ese milímetro de piel libre que siempre queda entre tus botas y los calcetines). 

Como digo, también he visitado algunos monumentos de Chiang Mai. El que más me ha impresionado ha sido el Wat Doi Suthep Phrathat, un templo que se encuentra a unos 15 km de la ciudad. Según tengo entendido es un lugar sagrado para muchos tailandeses (creo que hay una reliquia de Buda y todo, pero me hagas mucho caso. En fin, es lo malo que tiene montarte sin pensarlo en el primer avión con plazas libres que hay, que al no saber tu destino todo queda en manos del azar y la improvisación). Desde el templo las vistas de la ciudad de Chiang Mai son estupendas. Personalmente, uno de los lugares que más me gustó de este templo fue un pequeño bosque cuyos árboles están decorados con proverbios en tailandés e inglés. 

Cuando cae la noche en Chiang Mai no hay nada como  perderte en el Bazar Nocturno: miles de tenderetes repletos de ropa, bisutería, cerámica… O, como hice yo anoche, acudir a uno de los muchos garitos que organizan veladas de Muay Thai.

Bueno, jefe, creo que con lo que te he escrito ya he cumplido por hoy. Así que te lo envío junto a algunas fotos y, con tu permiso, me voy a dar una vuelta. Afuera ha empezado a llover con fuerza, pero la noche aquí es demasiado tentadora como para quedarme encerrado en mi Guest House. 

Un abrazo.


PD: Jefe, dile a mi mujer que no me he olvidado del pan, que lo que pasa es que aquí, por más que busco, no encuentro ni una puñetera panadería


ARCHIVOS ADJUNTOS:  













jueves, 15 de septiembre de 2011

UN TREMENDO DISPARATE (BANGKOK)

Se mire como se mire no deja de ser un inmenso disparate. No obstante, doy por hecho que quienes de tarde en tarde se acercan por este páramo andan ya curados de espanto y están al tanto de las miserias y bajezas de su excéntrico morador. Aclarado esto, comencemos diciendo que todo explota una mañana de mediados de agosto, cuando el pusilánime de Juan Almohada se levanta con los cables cruzados y le dice a su señora que va a dar una vuelta. “Compra el pan ya que sales”, dice ella, despreocupada, sin percatarse de la mochila que su marido porta al hombro. Pocas horas después Almohada está tomando en Madrid el vuelo “TK1860” de Turkish Airlines con destino a Estambul, que a su vez enlazará de madrugada con el “TK68” para dejarlo, casi veinticuatro horas más tarde, en la bulliciosa ciudad de Bangkok. 


Una vez en la calle, el petardeo de los Tuk Tuk, mezclado con el olor a gasoil y a la fritanga de los puestos callejeros, forman una especie de neblina envolvente que, incomprensiblemente, le abren el apetito a nuestro protagonista. Apenas ha andado unos pasos por la animada Soi Phadung Dao cuando se topa con un T & K Seafood. 

(Noodles con langostinos).

Con la barriga llena, Almohada se acerca hasta el muelle de Sathon Pier y coge un ferry que lo lleva hacia el norte. Sobre las aguas del Chao Phraya, de un marrón turbio, flotan infinidad de cajas, ramas y restos de comida.


A la altura de Wat Arun, en la orilla occidental del río, Juan se baja y comienza a andar en dirección al templo.


Wat Arun es un templo budista con una imponente torre central de casi cien metros de altura. Lo curioso de este lugar es su peculiar decoración, realizada a base de conchas marinas y trozos de porcelana. Según le escucha contar al guía de un grupo de turistas italianos jubilados, todos estos fragmentos sirvieron originariamente como lastre para los barcos que llegaban a Bangkok desde China.


Por lo demás, el recinto entero está atestado de turistas y estudiantes locales (de unos once o doce años) que, acompañados de sus profesores, están de excursión en el templo para practicar el inglés con los visitantes. Cada muchacho lleva consigo un cuestionario con una serie de preguntas básicas que facilitan la conversación (del tipo: ¿Qué has ido a hacer a Bangkok?, ¿De qué país eres?).


A la salida del templo, Juan Almohada se acerca hasta unos conductores de Tuk Tuk. Precisa de más de un cuarto de hora para pactar el precio por llevarlo hasta el mercado de Maeklong. 


Una vez allí, Almohada se dedica a deambular sin prisa por las calles, al tiempo que inicia una concienzuda degustación de cuantos alimentos va encontrando a su paso (puré de copos de arroz con cerdo, sopa de tallarines con ragú de pollo, pinchos de cerdo a la plancha…).





De postre reúne valor y compra una bolsita de gusanos fritos. Como dicen en su pueblo: “para bajar el graso”.


Todavía se está llevando el primero de estos tiernos invertebrados a la boca cuando advierte a su alrededor una especie de revuelo que, sin embargo, parece desarrollarse a cámara lenta. Y es que, casi con desidia, los vendedores han comenzado a replegar sus puestos ambulantes hacia el interior, y donde hace unos segundos había un mercado ahora sólo se ve una vía sucia y oxidada. Entonces, precedido por un batallón de turistas europeos y norteamericanos con sus videocámaras preparadas, un tren amarillo hace su aparición en un recodo del mercado. El desconcierto de nuestro protagonista ante lo inverosímil de la situación es tal que hasta se olvida de fotografiarlo. En su lugar colgamos este vídeo encontrado en internet:



Durante las horas siguientes Almohada prosigue su recorrido por la ciudad. Bien caída la tarde se detiene en un estrecho canal. Desde allí las vistas dejan entrever la parte trasera de un grupo de casas y tiendas. Según nos contará luego, este lugar le trae a la memoria el patio de la casa en la que se alojó durante su fructífera y apacible estancia en Bury, hace ahora tres años.


(Aspecto del patio trasero de la vivienda de Bury, Lancashire)

A escasos metros del canal se topa con un mercado flotante. Entre las barquitas repletas de frutas y hortalizas, cientos de peces, grandes como brazos, pugnan por los desperdicios que sin cesar arrojan los comerciantes. 



La sola idea de tropezar y caer de cabeza al canal inquieta a Almohada hasta el punto de salir de allí pitando. Poco a poco ha ido anocheciendo y ha comenzado a llover. La actividad en Chinatown, sin embargo, sigue siendo frenética. 


En un local cercano ve anunciado masajes de ictioterapia. Comprende en el acto que esta es una oportunidad única que le brinda el destino para superar su recién adquirida fobia a los peces. Entra. En la siguiente media hora cientos de garra rufa dan buena cuenta de las callosidades de sus agrietados talones.


Cuando sale no hay rastro de la lluvia. Ni de su ictiofobia. Pero la noche en Bangkok no ha hecho sino empezar. La calle Yaowarat bulle. El rostro de Bhumibol Adulyadej (rey de Tailandia, desde mediados del siglo XX) inunda toda la ciudad (hablando por teléfono, leyendo, con su familia...).


Bajo su atenta mirada, Almohada se adentra en Charoen Krung. Nada se sabe de él hasta mediado el día siguiente.