A estas alturas de la película uno ya está acostumbrado al correo basura que abarrota su bandeja de entrada cada mañana, cuando enciende el ordenador. Incluso se ha preocupado de activar algún que otro filtro antispam que deriva (y condena) todos esos mensajes electrónicos al limbo del correo no deseado.
Hace unos días, sin embargo, asistí impertérrito a la manifestación de una nueva modalidad de spam. Aunque, para ser sinceros, no sé si calificar este suceso de evolución o de involución, pues la cadena que debía seguir (so pena y riesgo de caer en la ruina y desgracia más absoluta) no me llegaba por email, sino que había sido anónimamente depositada en el buzón de casa.
Los que de tarde en tarde deambuláis por este páramo sabéis que no soy muy dado a expresar mis opiniones, de modo que entenderéis si hoy también me abstengo de especular si la virgen del Carmen (con la que está cayendo) tendrá o no tendrá cosas más importantes que hacer que vigilar si un simple mortal, que sobrelleva como puede su mediocre existencia en el corazón de La Mancha, reza su oración y distribuye veintinueve copias de la misma antes de nueve días, y si hacerlo o no hacerlo puede convertirlo en millonario o condenarlo a la peor de las miserias (1). Por supuesto, no pienso aclarar si recé o no recé la oración, y mucho menos si escribí y mandé las veintinueve copias. Aunque, qué demonios, todavía estamos en Navidad, y es sabido que en Navidad todos sacamos a pasear al tremendo iluso que llevamos dentro. Sirva pues como pista (y regalo de Reyes) que el 22 la lotería tocó en el pueblo y que uno pilló su pellizquito.
Como no tengo el placer de conocer a ninguno de los dos o tres lectores asiduos de este blog, me es imposible hacer lo que en un primer momento me dictó mi mente: compartir con ellos, en señal de agradecimiento, el premio. De modo que he decidido (seguro que ellos/as lo entenderán) dedicar ese dinero a ahogar mis penas durante unos días en el extranjero, y a ellos dejarles algunas fotografías de otras “perlas” que de tarde en tarde encuentro en el buzón y que, desde hace muchos años, atesoro como oro en paño entre los libros de mi biblioteca.
(Este es, hasta la fecha, el más cutre que he recibido: publicidad ofreciéndose para dar clases particulares a niños. Impagable)
(1) Una vez más el azar ha hecho que, al tiempo que alguien dejaba la oración de la Virgen del Carmen en mi buzón, yo anduviese enfrascado en el estudio de las creencias y rituales existentes en algunos pueblos de África. En concreto, en el poder que los oráculos del veneno tenían en la vida cotidiana de los azande. A mí me ha resultado cuanto menos curioso el paralelismo existente entre los miembros de este pueblo (cuyas vidas dependían en gran medida de si un pollo moría o sobrevivía a la ingestión de un veneno durante el ritual) y las personas que, a diario, continúan las cadenas pseudoreligiosas que llegan a su s manos. En cualquier caso, para interesados en el tema (y afortunados, pues el libro no es nada fácil de encontrar) recomiendo “Brujería, magia y oráculos entre los azande”, de Evans-Pritchard (Ed. Anagrama). Una parte sustancial de este texto puede también localizarse en “Antropología y colonialismo en África subsahariana”, de Nuria Fernández Moreno (Ed. Ramón Areces).