lunes, 30 de julio de 2012

JAZZ EN COPENHAGUE

Acabemos pronto con esto, y hagámoslo diciendo que al final, después de mil y una historias (demasiado patéticas hasta para ser contadas aquí), los conciertos en Copenhague y Malmö fueron cuatro (3+1). Cuatro auténticas mierdas de proporciones mayúsculas que, con vuestro permiso, voy a intentar olvid­ar desde ya.
He de reconocer que comencé a “mosquearme” apenas despegué de Ginebra, a bordo del vuelo SK618 de Scandinavian. Allí, encapsulado dentro de un artefacto donde todo parecía haber sido diseñado a escala 1:3, me bastó mirar durante un segundo a mi compañero de viaje para descubrir que aquella aventura danesa iba a ser un borrón en mi ya emborronada carrera musical. Ricardo había estado todo el vuelo de Madrid a Ginebra bebiendo Four Roses a escondidas, comiéndome la cabeza con la magnitud de las actuaciones y la calidad de los músicos de la banda. No paraba de decir, entre trago y trago, que íbamos a reventar Copenhague, que aquello iba a significar un antes y un después en su prometedora carrera (1), pero bastaba verlo ahora, desparramado en su minúsculo asiento, durmiendo la mona con la petaca vacía asomando del bolsillo de su pantalón, para comprender que toda aquella palabrería no era más que la torpe verbalización de un músico fracasado. Conocer al resto de la banda tampoco ayudó. Y no porque todos cultivaran hasta sus últimas consecuencias cierto aspecto desaliñado y forzadamente juvenil (algo que, en el caso del batería, bien hundido ya en la cincuentena, rayaba en lo ridículo), sino porque sencillamente eran malos. Malos de cojones. Baste decir que al lado de todos ellos, Ricardo (que nunca ha sido precisamente un virtuoso de la trompeta) iluminaba el escenario como una mala (malísima) copia de su idolatrado Chet Baker, quince o veinte años antes de que decidiera esparcir sus sesos sobre el empedrado de una calle de Amsterdam. 


No, esto no podía salir bien, pensaba mientras sobrevolaba Ginebra con Ricardo roncando a mi lado, intentando como un iluso localizar tras la ventanilla del avión el cementerio de notables de Plainpalais (2) y no situando más que su famoso Jet d´Eau (3), entregado a pensamientos tan elevados y transcendentales como qué diferencia verá la gente entre el lago Lemán (que se extendía mis pies) y la Santos Morcillo.



Afortunadamente, toda la decepción provocada por la banda y los conciertos habría de ser pronto contrarrestada por el hotel elegido para pernoctar, un dos estrellas que, nada más llegar, resultó ser sólo de una, y que a falta de comodidades estaba excelentemente ubicado junto a la estación de trenes, en el corazón de Vesterbro. Había leído en algún foro que el barrio era algo chungo, pero me bastó un paseo hasta el 7-Eleven de la esquina para comprobar que:
  1. En Copenhague hasta los chorizos son educados.   
  2. No iba a pasar sed durante mi estancia. 


Dicho esto, quiero que sepan que he disfrutado como un niño de las fugaces madrugadas de Copenhague (4), con las latas de Rekorderlig amontonándose en mi ventana del cuarto piso, escrutando con mis ojos de antropólogo en ciernes el lento pero incansable fluir de prostitutas, camellos y pijas en bicicleta por la esquina de Colbjornsensgade con Istetgade


Pero, sobre todo, he disfrutado con la ciudad. Sin duda ha tenido mucho que ver el hecho de que mi estancia allí ha coincidido casi por completo con su festival de jazz (lo que, en la práctica, se ha traducido en conciertos a todas horas, en cada plaza y esquina. Conciertos de verdad).


 

Lo cierto es que si la ciudad ya es de por sí preciosa, recorrerla bajo una lluvia de acordes de jazz es toda una delicia. Poco importa que Rådhuspladsen y Kongens Nytorv (dos de sus principales plazas) estén en obras, por no hablar de Frederiks Kirkey otros emblemáticos edificios (5). “Kovenhavn” es una ciudad llena de vida, increíble, como uno de esos polvos fugaces y exquisitos que ya empiezas a añorar cuando todavía estás ahí, dale que te pego. Si os parece, en la próxima entrada nos damos juntos una vuelta por ella.


NOTAS: 
     (1)  Cuanto menos simpático el calificativo de “prometedora”, cuando el que habla sobrepasa los 40 tacos y lleva más de 20 soplando su trompeta sin el menor éxito por verbenas y tugurios de media España. Sin duda el gran misterio de todo esto (al menos para mí) es cómo narices consiguió Ricardo esos conciertos en Copenhague y Malmö. Y, más aún: ¿A quién coño engañó para que pagara todo esto? En fin, como dije al principio, quiero olvidar…
(2) Donde reposa Borges.
(3) El Jet d'Eau es un enorme chorro de agua que alcanza hasta 140 metros de altura. Está situado en el lago Lemán, en Ginebra, y para muchos turistas es el emblema de esta ciudad.
(4) A las 23:00 todavía era de día, y poco después de las 3:00 ya había luz en las calles.
(5) Cartel anunciando la ciudad  de Copenhague como European Green City, durante el invierno de 2014.

lunes, 9 de julio de 2012

UNA DE BOLOS...



Vale, es cierto. Solo es una semana, pero me pagan el avión, una cama y toda la cerveza que sea capaz de ingerir. A cambio sólo tengo que tocar el bajo desde las diez hasta las dos de la mañana. La verdad es que no sé ni cómo se llama el grupo. Tampoco el nombre de los nightclubs donde tendrán lugar las actuaciones. Lo importante, desde mi punto de vista, es que un buen amigo se ha acordado de mí. Y que gracias a estos bolos podré deambular durante unos días por Copenhague, Malmö y Lund. 

Nos vemos a la vuelta.