lunes, 21 de marzo de 2016

LECTURAS EN EL BAÑO (Marzo 2016)



Aprovechando estos días de vacaciones, cuelgo unas notas sobre los libros que se amontonan en el lavabo últimamente:


("La muerte del padre", de Karl Ove Knausgard. Ed. Anagrama)


La verdad, llevaba dos o tres años escuchando virguerías de “Mi lucha”, y cuando a finales de enero me encontré en una librería de Córdoba la edición de bolsillo de “La muerte del padre” (la primera parte de esta monumental obra autobiográfica), no pude resistirme. Desde entonces le he dado no menos de tres oportunidades, pero la historia no termina de engancharme. Y no será porque no tenga un inicio (a mi juicio) fantástico:
La vida es sencilla para el corazón: late mientras puede. Luego se para.
O fragmentos como este, realmente increíbles:
Entender el mundo equivale a colocarse a cierta distancia de él. Lo que es demasiado pequeño para verlo a simple vista, como las moléculas, lo ampliamos; lo que es demasiado grande, como el sistema de las nubes, los deltas de los ríos, las constelaciones, lo reducimos. Cuando lo tenemos al alcance de nuestros sentidos, lo fijamos. A lo fijado lo llamamos conocimiento. Durante toda nuestra infancia y juventud nos esforzamos por establecer la distancia correcta de cosas y fenómenos. Leemos, aprendemos, experimentamos, corregimos. Y un día llegamos a un mundo en el que se han fijado todas las distancias necesarias, y establecido todos los sistemas. Es entonces cuando el tiempo empieza a correr más deprisa. El tiempo ya no se encuentra con obstáculos, todo está fijado, el tiempo fluye a través de nuestras vidas, los días desaparecen a toda velocidad, antes de suspirar hemos llegado a los cuarenta años, a los cincuenta, a los sesenta…
Pero ya digo, más allá de algunos párrafos como este, termino siempre empantanado en los recovecos de una historia que (al menos hasta ahora) encuentro demasiado anodina y lenta, rica en anécdotas insustanciales que no me aportan nada, salvo algún que otro bostezo (y no precisamente existencial).
("La dieta de los no hola", de Sam Pink. Ed. Alpha Decay)

Las 138 páginas de “La dieta de los no hola” son perfectas para afrontar con paciencia la espera de tu turno en las Urgencias de algún hospital. De hecho, fue en la sala de Urgencias del hospital de Ciudad Real donde leí este libro que, con sinceridad, no va a estar entre los mejores de mi 2016. He de decir que por momentos me ha recordado un poco a los libros de Tao Lin (y esto, saliendo de mis labios, no es ningún piropo), aunque reconozco que la obra de Sam Pink se deja leer por momentos. A pesar de que no la terminé hace tanto, apenas recuerdo el argumento. Pero es que no hay muy “chicha” en esta historia: un tipo mediocre que se gana la vida ordenando cosas en unos grandes almacenes de Chicago.

Y poco más. 

("Bueno para comer", de Marvin Harris. Ed. Alianza)


“Bueno para comer”, de Marvin Harris es uno de los libros de Antropología que me gusta ir “disfrutando” poco a poco. Lo mismo estoy medio año sin cogerlo que me tiro una semana leyendo y releyendo algunos de sus capítulos. En esta ocasión me estoy centrando en los capítulos 7 y 9: “Lactófilos y lactófobos” y “Perros, gatos, dingos y demás mascotas”, que, como el resto, son muy interesantes, pues ayudan al lector a comprender cómo un alimento habitual en la dieta de un determinado pueblo puede ser considerado repugnante en otros, así como los factores que intervienen a la hora de configurar los alimentos habituales en el consumo de cada pueblo.

("Piscinas iluminadas", de Javier Cánaves. Ed. Baile del Sol)
“Piscinas iluminadas” es el segundo libro que leo del escritor mallorquín Javier Cánaves, tras “Al fin has conseguido que odie el blues”, poemario con el que se alzó con el XVIII Premio de Poesía Hiperión. Y, la verdad, me está gustando mucho. Voy leyendo esta historia y a cada página que dejo atrás mi cabreo aumenta. Y es que no entiendo cómo es posible que se hable tan poco de libros como este (del cual cuesta incluso encontrar una fotografía de su portada con un mínimo de resolución en Google), y cómo se puede gastar tanta saliva y tanta tinta y papel en otras obras que son infumables. Para mí, “Piscinas iluminadas” es un descubrimiento grato, una prueba más de que se hace buena literatura en este país (y que esta, cada día más, se va alejando de las grandes e importantes editoriales, que ya no son referencia de nada, salvo del posturismo y la mediocridad más insultante). Tienes que leerlo.

("Profecía", de Sandro Veronesi. Ed. Anagrama)  


“Profecía” es un libro diminuto (apenas 70 páginas), compuesto por tres relatos de los cuales (a mi juicio) sobra el segundo (“Muerto por algo”). Los otros dos (“Profecía” y “Lo que ha sido será”) me han gustado bastante, aunque distan mucho de la escritura fascinante que en enero encontré en “Caos Calmo”, del cual espero hablar un poco aquí en breve.
Son, en cualquier caso, unas historias duras que giran en torno a la pérdida y las relaciones entre padres e hijos. Recomendable.


("Rojo y negro", de Stendhal. Ed. Alba)


Por momentos voy leyendo “Rojo y negro” y pienso: “Y luego qué” “¿Qué voy a poder leer luego que no me parezca una mierda cuando lo compare con esto?”. Bien es cierto que la segunda parte me está pareciendo algo inferior a la primera. No sé… tal vez son las descripciones en los primeros capítulos de la alta sociedad de Paris, o que la sombra de la señora de Rênal es muy alargada. En cualquier caso, “Rojo y negro” es una historia preciosa que estás tardando en leer. Julien Sorel bien lo merece.