lunes, 25 de abril de 2011

LA TRANSITIVIDAD EN LA TOMA DE DECISIONES GASTRONÓMICO-LITERARIAS

Llevo más de dos semanas recopilando reflexiones basadas en la fila de libros que día tras día se amontona en mi lavabo. Hasta la fecha he registrado 53, y sospecho que así, perdido en disquisiciones inútiles, podría seguir mucho tiempo de no ser porque mis cortas entendederas se están empezando a hacer la picha un lío con semejante rebujina de gustos, preferencias y estúpidas correlaciones entre, por ejemplo, el índice de masa corporal de los escritores y el grado de compromiso postmodernista de sus obras. Por ese motivo he pensado que tal vez lo más sensato sea centrarse en una de ellas, e intentar desarrollarla lo mejor posible. Básicamente, la reflexión elegida (1) es ésta:

Que, en lo que respecta a (mis) gustos literarios, el orden no importa. Los libros se van acumulando en mi lavabo, y estar al final de esa simbólica fila que cambia casi a diario no es sinónimo en absoluto de haber caído en el olvido. La Literatura, pienso, no se rige por relaciones transitivas. 
Aquí, que A > B y B > C no implica que A > C. Literatura ≠ Matemáticas.

(Fila de libros de mi lavabo. 10 de abril de 2011 -18:08 horas-)

(Fila de libros de mi lavabo. 25 de abril de 2011 -00:51 horas-)

Como puede apreciarse, la fila de libros ha evolucionado en el tiempo transcurrido entre esta entrada y la anterior. Así, se han incorporado algunos libros, otros han desaparecido, todos los que ya estaban han cambiado de lugar. Pero, eso sí, ninguno ha sido devuelto a su estantería sin haber recibido, al menos, una oportunidad de mostrarse tal cual es.

Toda esta historia de la transitividad aplicada a la Literatura me ha recordado varios supuestos prácticos sobre toma de decisiones estudiados hace siglos en Psicología de Grupos. Y, de modo especial, una curiosísima (aunque poco conocida) anécdota protagonizada en febrero de 2008 por un grupo de acreditados escritores y críticos literarios, durante el transcurso de las XXVII Jornadas Cervantinas de Villanueva de los Infantes (Ciudad Real). De todos es sabido la civilizada aunque abierta rivalidad existente desde hace años entre las poblaciones ciudadrealeñas de Argamasilla de Alba y Villanueva de los Infantes, nacida del anhelo de ambas localidades por demostrar que ellas y sólo ellas son ese lugar de La Mancha de cuyo nombre no quería acordarse Cervantes en el inicio de su magistral obra. Pues bien, con ese contexto de autoafirmación histórica como telón de fondo, una comisión de Académicos de la Argamasilla y de la Orden Literaria Francisco de Quevedo consigue reunir en Villanueva de los Infantes, entre los días 8 y 10 de febrero, a un heterogéneo grupo de seis literatos. La idea (así se deduce de la lectura del programa de las Jornadas) es que estos especialistas conversen entre ellos y aporten en los diferentes coloquios y mesas redondas programadas nuevos matices a la lectura de El Quijote. También, si es posible, que unifiquen puntos de vista sobre el espinoso tema del lugar original donde vivió Alonso Quijano. Lo curioso de todo esto es que entre las actividades a realizar durante las Jornadas Cervantinas se encuentra un singular concurso culinario protagonizado por los seis prosistas.  

Básicamente, tres de ellos (administradores de tres reputados blogs de crítica literaria) tienen ante sí un reto singular: dirimir cuál de los otros tres literatos (todos ellos reconocidos escritores) es el que mejor prepara un caldillo de conejo manchego. Los críticos en cuestión son Vicente Luis Mora (Diario de Lecturas), José Luís Amores (Bolmangani) y Fernando Valls (La nave de los locos). Los escritores son Javier Marías, Agustín Fernández Mallo y el tristemente desaparecido David Foster Wallace (2). 

Tras entregar a cada uno de los escritores (cocineros) los ingredientes necesarios (3) comienza el concurso. Todo marcha a pedir de boca hasta que llega el momento en el que el Jurado ha de decidir qué caldillo de conejo está más rico. Tras unos instantes de deliberación, Valls, Amores y Mora acuerdan que una forma justa y racional de calificar los caldillos tal vez sea presentarlos por parejas y que cada uno elija cual de los dos prefiere. Una vez establecidas las parejas, los tres críticos anotan sus preferencias, que son éstas:



Llegado a este punto, don Alonso Aguilar Espinosa (académico de la Argamasilla que a la sazón está ejerciendo como secretario en todo este proceso) toma la palabra para anunciar a bombo y platillo que no es preciso seguir votando, pues ya tenemos un caldillo de conejo ganador. Su argumento es que si el caldillo de Javier Marías es mejor que el de Agustín Fernández Mallo, y a su vez el de Agustín Fernández Mallo es mejor que el de David Foster Wallace, por fuerza el caldillo de Javier Marías debe ser mejor que el de David Foster Wallace. La lógica expuesta por el académico es tan abrumadora que en la plaza la multitud estalla en aplausos y hurras al ganador. Sin embargo, cuando instantes después Doña Casimira López, directora de las Jornadas Cervantinas, se dispone a entregar al escritor Javier Marías su peso en vino como vencedor del concurso, José Luís Amores (no sabemos si por joder un poco la marrana o porque intuye que hay algo que no cuadra en todo este asunto) levanta la mano y comenta que las cosas bien hechas bien parecen, y que no se pierde nada por comparar también el caldillo de David Foster Wallace con el de Javier Marías. Hay que puntualizar que llegado ese momento son casi las cuatro y media de la tarde y el público asistente está deseando meterle mano ya a los caldillos, de modo que Doña Casimira López, visiblemente contrariada, y en un intento por acelerar la votación, decide complacer al señor Amores y pide a los miembros del jurado que terminen de una vez por todas su valoración. Ni de lejos puede imaginar el tremendo pifostio que se va a liar en la plaza instantes después, cuando tras votar los tres críticos se obtienen estos imprevisibles resultados:


La multitud clama entonces que no puede ser, que eso es imposible, que sin duda alguno de los críticos ha modificado sus preferencias. Sin embargo, una vez repasado el orden de las decisiones dado por los tres miembros del jurado, don Alonso Aguilar Espinosa comprueba que todo está correcto y que ninguno de ellos ha hecho trampa.


Como ocurre con los libros que tengo en mi lavabo, la propiedad transitiva (en concreto, la famosa paradoja de Condorcet) les acaba de jugar una mala pasada a todos. Afortunadamente, no hay nada que no se arregle con un buen caldillo y una bota de vino, como puede apreciarse en la siguiente fotografía:

(Los seis protagonistas disfrutando de uno de los tres caldillos. De izda a dcha: Fernando Valls, Agustín Fernández Mallo, Vicente Luis Mora (agachado), Javier Marías. David Foster Wallace -demostrando en el manejo de la bota de vino su extraordinaria capacidad de adaptación al páramo manchego- y José Luis Amores)


NOTAS

(1) Creo conveniente señalar que esta reflexión ocupa el lugar 3º en mi lista de 53, y que es posible que esta sea la causa por la cual la he elegido. Al igual que sucede con frecuencia en los procesos de toma de decisiones, las primeras reflexiones suelen ser a la postre las más atinadas, de modo que si ésta les parece una chorrada, no quiero ni imaginar qué pasaría por sus cabezas si leyeran la número 53.

(2) Resulta curioso, pero entre las muchas hipótesis y devaneos mentales vertidos en relación al desdichado final de este impresionante escritor, hay uno (Martín Arjona, F.; 2009) que vincula el irreversible deterioro del estado de ánimo de Foster Wallace durante sus últimos días con la imposibilidad por reproducir (ya de vuelta en su casa de Claremont) el inigualable sabor del caldillo de conejo manchego.

(3) INGREDIENTES PARA COCINAR UN CALDILLO DE CONEJO (para 4 personas):
  • 2 conejos (preferentemente de campo).
  • 1- 1 ½  kg de patatas.
  • 1-2 cebollas grandes.
  • 1 pimiento (rojo o verde).
  • 2 tomates.
  • Laurel.
  • Ajos (5-6 dientes).
  • Pimentón picante.
  • Aceite.
  • Sal.
  • Agua.


BONUS TRACK:

¿CÓMO PREPARAR UN CALDILLO? (Por don Sebastián De Lara, Presidente de la AGM -Asociación Gastronómica Manchega-)

Con los ingredientes señalados arriba, primero troceamos los conejos, pelamos las patatas y las cortamos en rodajas (de ½  a 1 cm aproximadamente). También troceamos el pimiento y la cebolla.

Acto seguido se sofríe el conejo con un poco de aceite y sal, y añadimos los dientes de ajo. Cuando estos comienzan a dorarse añadimos la patata, el laurel, el pimiento, la cebolla y el pimentón picante (al gusto), y lo rehogamos todo durante 2 o 3 minutos.

Finalmente cubrimos de agua y añadimos un par de tomates enteros. Dejamos a fuego medio hasta que veamos que el conejo y la patata están cocidos (unos 45-50 minutos). Probamos de vez en cuando para rectificar la sal y esperamos a que la patata esté cocida para triturar los tomates dentro del caldillo.

Retiramos del fuego y… listo.

¡Buen provecho!

(Pues eso)

domingo, 10 de abril de 2011

BREVES APUNTES SOBRE TÉCNICAS PARA EL INCREMENTO DE LA EFICIENCIA LECTORA

Últimamente (por circunstancias domésticas que no vienen al caso) mi rol de lector ha quedado constreñido a los escasos dos metros cuadrados de mi cuarto de baño, hasta el punto de que el ritmo de mis lecturas anda totalmente supeditado al número diario de mis deposiciones. El lavabo se ha convertido en una especie de estante donde el jabón y el cepillo de dientes conviven con una decena de libros y revistas que voy consumiendo a sorbitos (por no emplear otros términos más explícitos que deriven este post hacia territorios escatológicos y excrementicios). 


Tal reducción de mi yo lector me ha llevado a poner en marcha un rudimentario autoanálisis (deformaciones de psicólogo, digo yo), con la esperanza de:

  1. Tomar conciencia acerca de mis preferencias lectoras actuales.
  2. Hallar un puñado de estrategias que me permitan incrementar un poco mi tiempo de lectura o, en su defecto, optimizarlo.
Con vuestro permiso me gustaría comenzar por el segundo punto. Ahí van cuatro, como botón de muestra:
  
1.    Técnicas de personalización ergonómica (Orinar sentado): tras dos semanas de exhaustivos registros he comprobado que este simple cambio postural puede dilatar mi tiempo dentro del cuarto de baño hasta un 86 %. Y, en fin, a más tiempo sentado, más páginas leídas. 

2.       Estrategias de organización espacial (Hacer el amor sobre un lecho forrado con fragmentos literarios): con la aplicación de esta medida he conseguido leer mientras retozo con mi pareja. Por una simple cuestión temporal recomiendo los aforismos, el microcuento o la poesía (los haikus son perfectos para coitos fugaces), pues por experiencia sé que el hilo argumental de las novelas o determinadas piezas teatrales a veces se diluye entre polvo y polvo. Ahora bien, quisiera señalar que esta estrategia (de entrada muy romántica) en ocasiones puede tornarse poco práctica (mola mucho recitarle al oído a tu chica poemas de Benedetti en esos momentos tan íntimos, pero cuando como un servidor tienes dos enanos reclamando insistentemente tu atención, encontrar media hora de desfogue implica siempre una decisión excluyente: o recitas o follas).  

3.       Modificación de los hábitos y rutinas del sueño (Dormir con un ojo mientras lees con el otro): reconozco que todavía no he puesto en marcha esta estrategia, pero el padre de un amigo mío asegura que, antes de jubilarse, conducía así su autobús muchas noches mientras cubría el trayecto Algeciras - La Junquera. 

4.       Técnicas de condicionamiento encubierto (Sensibilización encubierta. Upper y Cautela): he comprobado que buena parte del escaso tiempo libre del que dispongo (de madrugada, una vez liberado de mis obligaciones familiares y laborales) suelo invertirlo en actividades tan poco productivas como fisgonear compulsivamente en Facebook o ver porno surcoreano. Creo que una forma eficaz de derivar estas horas perdidas hacia la lectura puede ser la sensibilización encubierta. Para ello es fundamental elegir un estímulo aversivo contundente (en mi caso, evocar la indescriptible sensación que sentía cuando de pequeño mi madre me limpiaba los oídos metiéndome el pico de su delantal previamente impregnado en abundante saliva). Luego basta con relajarse y aprender a asociar la situación agradable (una actriz porno, el perfil de alguna amiga buenorra) con el estímulo desagradable (mis oídos empapados de saliva caliente), y recrear la espeluznante escena un buen número de veces durante cada sesión. Si esto no es suficiente, siempre puedes favorecer la aversión al estímulo no deseado mediante el uso de determinadas ayudas (como la aplicación de pequeñas descargas eléctricas en el pene con una vulgar pila de petaca; o sumar a la imagen de tu madre hurgando en tus orejas la de tu bisabuelo expectorando como un poseso a dos centímetros de tu sopa). Esto es lo que se conoce como “sensibilización encubierta asistida”, y si con ella tu rendimiento lector no mejora es que o tienes muy poca imaginación o realmente estás muy pero que muy salido.

Estoy agotado. Otro día más.