domingo, 19 de enero de 2014

LECTURAS EN EL BAÑO (Enero 2014)

“La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada” es uno de los cuatro libros que hace un siglo presté a un amigo que acabó demostrando tanto gusto por la buena literatura como querencia por lo ajeno. Es, también, el último de esos cuatro libros que, cansado de esperar, he ido adquiriendo de nuevo con el tiempo. Hace apenas un mes, durante las navidades, a través de una librería de segunda mano que habitualmente me surte de libros por internet.
Pero es que leer a Gabriel García Márquez es uno de los propósitos que, como sabes, me he marcado para este nuevo año. Digo leer, y tal vez debería decir “releer”, pues dudo que haya ningún autor cuya obra haya devorado con tanto deleite como la de este genial escritor colombiano.Sobre todo durante mis inicios como lector. De García Márquez lo tengo todo, y todo lo he leído varias veces. No obstante, llevaba una temporada tan larga sin acercarme a su obra que temía que una nueva relectura pudiera hacer tambalearse el pedestal en el que lo tengo.
Y una mierda.
Porque apenas he necesitado leer las primeras líneas de “Un señor muy viejo con unas alas enormes”, el primero de los siete cuentos incluidos en “La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada” para comprobar que los libros de García Márquez resisten muy bien el paso del tiempo.

“Al tercer día de lluvia habían matado tantos cangrejos dentro de la casa, que Pelayo tuvo que atravesar su patio anegado para tirarlos en el mar, pues el niño recién nacido había pasado la noche con calenturas y se pensaba que era a causa de la pestilencia. El mundo estaba triste desde el martes. El cielo y el mar eran una misma cosa de ceniza, y las arenas de la playa, que en marzo fulguraban como polvo de lumbre, se habían convertido en un caldo de lodo y mariscos podridos. La luz era tan mansa al mediodía, que cuando Pelayo regresaba a la casa después de haber tirado los cangrejos, le costó trabajo ver qué era lo que se movía y se quejaba en el fondo del patio. Tuvo que acercarse mucho para descubrir que era un hombre viejo, que estaba tumbado boca abajo en el lodazal, y a pesar de sus grandes esfuerzos no podía levantarse, porque se lo impedían sus enormes alas”.

Escribo esto cuando llevo mediado el libro, y es tal la necesidad que tengo ahora mismo de seguir pululando por el mundo retratado por García Márquez que, entre cuento y cuento, y para tomar aliento, he empezado “La mala hora”. 

Menos mal que los dos son libros minúsculos y se leen de una sentada, porque llevo un rato escuchando en el salón los gemidos de “La casa de hojas”, la novela que desde hace unos días me tiene encandilado y que ahora reclama mi atención como un niño mimado, ignorante pues compite con algo cuya inmensidad siquiera llega a intuir.