viernes, 31 de julio de 2015

"LA PESCA DE LA TRUCHA EN AMÉRICA", de RICHARD BRAUTIGAN

        Seré sincero: “La pesca de la trucha en América” no va a ser el mejor libro que lea durante este verano. La sombra de autores como Cicero, Houellebecq o (desde hace un par de días) Bolaño está siendo muy alargada, pero esto no significa que no haya disfrutado con esta ¿novela? y que por momentos no la haya leído con sorpresa e interés.


(“La pesca de la trucha en América”, de RICHARD BRAUTIGAN. Ed. Blackie Books. 157 páginas)

Richard Brautigan nació en Tacoma (Washington) en 1935 y, por lo que parece, no tuvo una infancia fácil: algunas penurias económicas, numerosos padrastros y más de un problema con la ley mientras deambulaba con su madre y su hermana pequeña por el noroeste de Estados Unidos. 


 Como otros muchos escritores, Brautigan conoció el fracaso y luego el éxito y la fama (“La pesca de la trucha en América” fue un auténtico pelotazo, y desde su publicación en 1967 se han vendido más de cuatro millones de ejemplares), un éxito y una fama que terminaron devorándolo y a los que intentó sobreponerse a base de hectolitros de alcohol y la compañía de un 44 Magnum con el que finalmente se quitó la vida en 1984, a los 49 años. 


He de decir que la lectura de “La pesca de la trucha en América” me ha recordado bastante a una road movie, a una de esas historias de carretera tan características de muchos autores de la beat generation. No en vano, Brautigan formó también parte de este movimiento literario. Aunque, claro, más que coches y carreteras, lo que el lector va a encontrar aquí son parajes y senderos que llevan hasta arroyos donde lanzar el anzuelo con garantías de éxito. Porque eso es “La pesca de la trucha en América”, un viaje por la América rural que sirve a Brautigan como excusa para contarnos su particular visión del mundo a través de un puñado de anécdotas nimias e intrascendentes, a veces divertidas y en ocasiones absurdas. Un viaje como el que el propio escritor realizó con su familia en 1961 a Stanley (Idaho), en el transcurso del cual escribió esta obra.

 Por todo ello, es fácil que el lector termine hallando en “La pesca de la trucha en América” todo excepto aquello que en un principio buscaba. Pues eso es esta novela: un sinsentido constante, ingenioso y original, que sin embargo acaba dejándote un regusto agrio, triste como el final del autor, cuyo cuerpo no fue encontrado hasta un mes y pico después de haberse volado la tapa de los sesos.

Dejo a continuación un fragmento de “La pesca de la trucha en América”. Posiblemente, mis párrafos preferidos:


En el escaparate había también hamacas de selva para los parientes lejanos, y bidones de seis litros de esmalte por un dólar y diez centavos para otros seres queridos.
En otro gran cartel ponía:
SE VENDE ARROYO TRUCHERO USADO
HAY QUE VERLO PARA APRECIARLO
Entré y me quedé mirando unos faroles de barco que tenían de oferta junto a la puerta. Un dependiente se me acercó y con voz agradable me preguntó: “¿le puedo ayudar en algo?”.
-Sí -le dije-. Me interesa ese arroyo truchero que tienen a la venta. ¿Qué me puede contar de él? ¿A cómo lo venden?
-Lo estamos vendiendo a tanto el metro. Puede comprar un cachito, o si prefiere llevarse todo lo que nos queda. Esta mañana ha venido otro cliente y se ha llevado 171 metros. Se lo quiere regalar a su sobrino por su cumpleaños –me explicó el dependiente.
-Las cascadas las vendemos por separado, claro, y los árboles y los pájaros, las flores, la hierba y los helechos son también extras. Los insectos los incluimos de regalo por una compra mínima de tres metros de arroyo.
-¿Y a cuánto sale el arroyo? –pregunté.
-A diecinueve con cincuenta el metro –dijo. Eso los primeros treinta metros. A partir de entonces son quince dólares por metro.
-¿Cuánto por los pájaros? –pregunté.
-Treinta y cinco centavos cada uno –dijo. Pero son de segunda mano, claro. Van sin garantía.
-¿Qué ancho tiene el arroyo? –pregunté. Me dijo que lo vendían a lo largo, ¿verdad?
-Sí –dijo. Lo vendemos a lo largo. El ancho oscila entre el metro y medio y los tres metros treinta. No se paga extra por el ancho. No es un arroyo muy grande, pero es muy agradable.
-¿Qué animales tienen? –pregunté.
-Sólo nos quedan tres ciervos –dijo.
-Oh. ¿Y flores?
-A docenas –dijo.
-¿El arroyo baja claro? -pregunté.
-Caballero –me dijo el dependiente-. No me gustaría que se llevase usted la impresión de que aquí vendemos arroyos trucheros turbios. Siempre nos aseguramos de que el agua corre cristalina antes de empezar siquiera a pensar en desplazarlos.
-Este arroyo, ¿de dónde ha salido? –pregunté.
-Colorado –me dijo-. Lo hemos trasladado con verdadero cuidado. Aún no se nos ha estropeado ningún arroyo. Los tratamos como si fueran de porcelana.
-Seguro que cada vez le preguntan lo mismo, pero ¿qué tal es la pesca en el arroyo? –pregunté.
-Muy buena –dijo-. Casi todo trucha común, pero hay unas cuantas irisadas.
-¿Por cuánto venden las truchas? –pregunté.
-Van con el arroyo –dijo-. Evidentemente, todo es cuestión de suerte. Nunca puede saber cuántas le van a tocar, ni lo grandes que son. Pero la pesca es buena, podría decirse que excelente. Con cebo y con mosca seca –dijo sonriente.
-¿Dónde tienen el arroyo? –pregunté-. Me gustaría echarle un vistazo.
-Está en la parte de atrás –dijo-. Salga por esa puerta y vaya hacia la derecha hasta salir a la calle. Está amontonado en tramos, no tiene pérdida. Las cascadas están arriba, en la sección de fontanería usada.


viernes, 3 de julio de 2015

"PÓRTATE BIEN", DE NOAH CICERO

        “Pórtate bien” es, si no me equivoco, la única novela publicada en español del escritor estadounidense Noah Cicero (1980), quien a pesar de su juventud acumula ya más de media docena de libros. Está publicada por “PálidoFuego”, una editorial malagueña que me está obligando a realizar desde su creación complicados ajustes para lograr cuadrar mi maltrecha economía familiar. La traducción es de Teresa Lanero.

Más allá de estas 222 páginas, creo que solo pueden encontrarse en español unos poemas de Noah Cicero incluidos en VOMIT, una interesante antología de la nueva poesía norteamericana que publicó el año pasado El Gaviero. 

Noah Cicero está considerado uno de los miembros más influyentes de la llamada Alt Lit (Alternative Literature), y sus obras constituyen una crítica directa a la sociedad capitalista y a sus efectos devastadores entre los más desfavorecidos. 

No en vano, Cicero es originario de Youngstown (Ohio), una ciudad de unos 65 mil habitantes que inició un profundo proceso de decadencia a finales de los setenta, a raíz del cierre de las fundidoras de acero, y que la llevó en 2013 a ser considerada por la revista Forbes como una de las 20 ciudades más miserables de Estados Unidos.


Tal y como figura en la contraportada del libro, “Pórtate bien” es el retrato de “la generación de jóvenes desheredados del sistema social”, una juventud “marcada por el aburrimiento y alimentada a base de comida rápida, sin estatus ni dinero, licenciados universitarios que van saltando de un contrato basura a otro en un mercado laboral inhumano”.

Creo que sobra decir que estoy disfrutando mucho con este libro, y que recomiendo encarecidamente su lectura. Dejo a continuación la primera página de la Introducción, así como un fragmento escogido al azar (página 83).



Durante toda una semana de enero de 2009 estuve yendo al Waffle House con una bolsa llena de literatura clásica. Bebía café y comía lo mismo todas las noches. Me tomaba un gofre, dos empanadillas de salchicha, dos huevos fritos y gachas de maíz. A las gachas les ponía mantequilla y azúcar.

            Los libros que llevaba conmigo eran Fiesta, de Ernest Hemingway, El gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald, En el camino, de Jack Kerouac, El almuerzo desnudo, de William Burroughs, Los desnudos y los muertos, de Norman Mailer, Vía revolucionaria, de Richard Yates, La campana de cristal,  de Sylvia Plath, Alguien voló sobre el nido del cuco, de Ken Kesey, Miedo y asco en Las Vegas, de Hunter S. Thompson, La pesca de la trucha en América, de Richard Brautugan, A sangre fría, de Truman Capote, Las leyes de la atracción, de Bret Easton Ellis, y Luces de neón, de Jay McInerney.

Aparecía por el Waffle House que hay cerca de la Interestatal 80 en Hubbard a las doce y media de la noche y colocaba los libros sobre la mesa.

La camarera me preguntaba:

Noah, ¿qué estás haciendo?

Y yo contestaba:

Llevo a cabo una investigación importante.

Yo quería escribir un libro. Un libro que definiese una generación. No sé por qué quería hacerlo. Probablemente por aburrimiento. En ocasiones las personas se aburren y les da por pensar que estaría bien entretenerse escribiendo una novela definitoria de una generación.

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La Norteamérica burguesa no disfrutaba con esa gente, los macarras. Éstos deshonraban el Sueño Americano de trabajo duro y ambición. A mí no me molestaban. Había conocido a muchos macarras a lo largo de los años. Llevaban vidas de mierda. Habían crecido en viviendas de protección oficial, probablemente con madres enganchadas al crack, sin figura paterna alguna salvo los hombres esporádicos que se tiraban a sus madres. Iban a colegios abarrotados y se criaban sin un parque donde jugar, sin las comodidades de los barrios residenciales. Al final aquello se les quedaba pequeño. Al final dejaban de cantar en las estaciones de autobuses, se subían los pantalones y conseguían trabajos como todo el mundo. Los macarras no provocaron la guerra de Afganistán ni la de Irak; no eran la causa de que el Dow Jones cayera cuatro mil puntos.



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Puedes leer un fragmento del libro pinchando aquí.