miércoles, 29 de agosto de 2012

¿BENDITO? VERANO


Hasta hace unos años, la llegada del verano era vista siempre como un espacio de tiempo en el que todo era posible, una suerte de paréntesis para rellenar con todos aquellos proyectos y deseos que, por unas razones u otras, habías ido aplazando durante todo el año. Luego, los niños, los estudios o tu patológica ausencia de perseverancia, terminaban poniendo las cosas en su sitio, y cuando querías darte cuenta septiembre había llegado de nuevo y todos esos proyectos y deseos a los que ibas a consagrarte durante julio y agosto habían avanzado lo mismo que durante el resto del año:    n  a  d  a.

Es por todo eso que ya no espero nada del verano. A decir verdad, me conformo con que pase. La mayoría de los días lo hacen envueltos en una amalgama de papillas y risas, de pañales y llantos combinados con un poquito de piscina, siestas, cenas y gintonics que siempre terminan derramados sobre algún tocho de antropología. 

De vez en cuando, no obstante, ocurre algo especial que viene a alterar esta monotonía en la que voluntariamente ando instalado. 

Hoy, por ejemplo, he recibido la visita de dos mensajeros. 

El primero traía esta interesante antología sobre poesía norteamericana, seleccionada por Julio Mas Alcaraz.


El segundo, siete libros que en su día quise comprar y que, bendita paciencia, ahora he adquirido por menos de la mitad de su precio original.


Más tarde, mientras estaba en el sótano jugando con mi enano, he sufrido en mis carnes una agradable bofetada del azar. Como una versión inversa del dicho “Basta que busques algo para que no lo encuentres”, me he topado, sin comerlo ni beberlo, con el aparatito que tengo desde hace años para ahuyentar los mosquitos, el mismo que durante todo julio y agosto he buscado mil veces sin éxito. Pero eso no es lo gordo. El caso es que, al ir a cogerlo, el depósito donde se almacena el líquido repelente se ha desprendido, vertiendo algunas gotas sobre el cuadro de una pseudo-gioconda que había desahuciado hace casi un año, por culpa de un pegamento para ratones que, sin querer, se había derramado y extendido sobre el mismo, dejándolo prácticamente irrecuperable. Durante todos estos meses, había probado mil y un remedios para retirar ese pegamento del cuadro: espátulas, papel, cinta aislante, colonia, alcohol, aceite, aguarrás… Y nada. Lo curioso es que las gotas del repelente anti-mosquitos han caído exactamente sobre la capa de pegamento, y ha sido verlas caer y presentir que algo increíble estaba a punto de suceder. Dos minutos después, y con la única ayuda de una servilleta de papel, el pegamento había desaparecido y el cuadro lucía igual que antes del incidente. Todavía me dura la cara de gilipollas. 


Pues bien, instantes como estos me ayudan a que el verano sea un poco más llevadero.  Aunque, ahora que lo pienso, tal vez todo se limite a una simple cuestión de enfoque, y el verano, en lugar de ser ese momento en el que por fin vas a poder acometer todas aquellas cosas que quedaron sin hacer durante el resto del año, sea simplemente un periodo de tiempo en el que madurar y planificar todas las cosas que te gustaría hacer durante los siguientes diez meses (las mismas que luego, al llegar el nuevo mes de julio, habrás dejado de nuevo sin hacer). 

En esas ando…