domingo, 10 de abril de 2011

BREVES APUNTES SOBRE TÉCNICAS PARA EL INCREMENTO DE LA EFICIENCIA LECTORA

Últimamente (por circunstancias domésticas que no vienen al caso) mi rol de lector ha quedado constreñido a los escasos dos metros cuadrados de mi cuarto de baño, hasta el punto de que el ritmo de mis lecturas anda totalmente supeditado al número diario de mis deposiciones. El lavabo se ha convertido en una especie de estante donde el jabón y el cepillo de dientes conviven con una decena de libros y revistas que voy consumiendo a sorbitos (por no emplear otros términos más explícitos que deriven este post hacia territorios escatológicos y excrementicios). 


Tal reducción de mi yo lector me ha llevado a poner en marcha un rudimentario autoanálisis (deformaciones de psicólogo, digo yo), con la esperanza de:

  1. Tomar conciencia acerca de mis preferencias lectoras actuales.
  2. Hallar un puñado de estrategias que me permitan incrementar un poco mi tiempo de lectura o, en su defecto, optimizarlo.
Con vuestro permiso me gustaría comenzar por el segundo punto. Ahí van cuatro, como botón de muestra:
  
1.    Técnicas de personalización ergonómica (Orinar sentado): tras dos semanas de exhaustivos registros he comprobado que este simple cambio postural puede dilatar mi tiempo dentro del cuarto de baño hasta un 86 %. Y, en fin, a más tiempo sentado, más páginas leídas. 

2.       Estrategias de organización espacial (Hacer el amor sobre un lecho forrado con fragmentos literarios): con la aplicación de esta medida he conseguido leer mientras retozo con mi pareja. Por una simple cuestión temporal recomiendo los aforismos, el microcuento o la poesía (los haikus son perfectos para coitos fugaces), pues por experiencia sé que el hilo argumental de las novelas o determinadas piezas teatrales a veces se diluye entre polvo y polvo. Ahora bien, quisiera señalar que esta estrategia (de entrada muy romántica) en ocasiones puede tornarse poco práctica (mola mucho recitarle al oído a tu chica poemas de Benedetti en esos momentos tan íntimos, pero cuando como un servidor tienes dos enanos reclamando insistentemente tu atención, encontrar media hora de desfogue implica siempre una decisión excluyente: o recitas o follas).  

3.       Modificación de los hábitos y rutinas del sueño (Dormir con un ojo mientras lees con el otro): reconozco que todavía no he puesto en marcha esta estrategia, pero el padre de un amigo mío asegura que, antes de jubilarse, conducía así su autobús muchas noches mientras cubría el trayecto Algeciras - La Junquera. 

4.       Técnicas de condicionamiento encubierto (Sensibilización encubierta. Upper y Cautela): he comprobado que buena parte del escaso tiempo libre del que dispongo (de madrugada, una vez liberado de mis obligaciones familiares y laborales) suelo invertirlo en actividades tan poco productivas como fisgonear compulsivamente en Facebook o ver porno surcoreano. Creo que una forma eficaz de derivar estas horas perdidas hacia la lectura puede ser la sensibilización encubierta. Para ello es fundamental elegir un estímulo aversivo contundente (en mi caso, evocar la indescriptible sensación que sentía cuando de pequeño mi madre me limpiaba los oídos metiéndome el pico de su delantal previamente impregnado en abundante saliva). Luego basta con relajarse y aprender a asociar la situación agradable (una actriz porno, el perfil de alguna amiga buenorra) con el estímulo desagradable (mis oídos empapados de saliva caliente), y recrear la espeluznante escena un buen número de veces durante cada sesión. Si esto no es suficiente, siempre puedes favorecer la aversión al estímulo no deseado mediante el uso de determinadas ayudas (como la aplicación de pequeñas descargas eléctricas en el pene con una vulgar pila de petaca; o sumar a la imagen de tu madre hurgando en tus orejas la de tu bisabuelo expectorando como un poseso a dos centímetros de tu sopa). Esto es lo que se conoce como “sensibilización encubierta asistida”, y si con ella tu rendimiento lector no mejora es que o tienes muy poca imaginación o realmente estás muy pero que muy salido.

Estoy agotado. Otro día más.

2 comentarios:

  1. Juan, ¡es genial! Me he partido literalmente de la risa. Yo leía afeitándome y bebiendo café a la vez. Adoraba el transporte público por razones lectoras obvias. En tiempos leí novelas enteras en pantalla (a riesgo de quedarme ciego) que copiaba a trozos en mensajes del Outlook que iba eliminando cuando los había "consumido". Un día fui a comprar el pan con un libro y tardé dos horas en volver. Conservo la manía de levantarme media hora antes... para leer en ayunas. Salía a pasear a la niña en el cochecito, para que durmiera (era un berraco), y me sentaba en un banco a leer mientras movía el coche con el pie...

    Pero tus técnicas son la leche.

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  2. Muchas gracias, José Luis.
    Lo cierto es que muchas de las cosas que cuentas son las que yo más echo de menos últimamente (he probado algunas de ellas, pero lo de leer en ayunas, además de hacerme sonreir, me ha devuelto a la memoria todos los libros "desayunados" durante los años que estuve por tu tierra, en el cercanías a Málaga y en la línea 20 de camino a Teatinos, muchas mañanas antes del amanecer).
    Por otro lado, he de confesarte que esta preocupante crisis lectora se ve muchas noches agravada por los concienzudos paseos que me doy por algunos blogs literarios tan estupendos como el tuyo. De modo que, aunque no haya quedado reflejado explicitamente en mi post, algo de culpa también tienes.
    Un abrazo

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