¿Por qué nos dolemos de la Naturaleza? Ella se comporta bondadosamente: la vida, si sabes emplearla, es larga. Pero a uno le domina una avaricia insaciable; al otro, la constante ocupación en tareas inútiles; uno se entrega al vino, el otro se aburre en la ociosidad; atormenta a éste la ambición siempre pendiente del juicio ajeno, a aquel el temerario deseo de negociar, que le hace recorrer todas las tierras y todos los mares con la esperanza de lucro; algunos, acuciados por el afán de los combates, pasan toda su vida imaginando peligros para los demás o acongojados por los propios; los hay que se consumen en voluntaria esclavitud para ingrato servicio de sus superiores; a muchos, les acorta la vida la envidia a la fortuna ajena o la preocupación por la propia; los más, empujados por una ligereza sin rumbo, inconstante y nunca satisfecha de sí misma, por derroteros siempre nuevos, no saben a dónde dirigir sus pasos, a otros, no les atrae ninguna meta, y les sorprende su destino marchitándose en la vacilación. Por ello no dudo sea cierto lo que a modo de oráculo escribió el más grande de los poetas: “pequeña parte de la vida es la que vivimos”, que lo que queda no es vida, sino tiempo.
SÉNECA.
(Texto extraído del “Prólogo. A Paulino”, incluido en “De la brevedad de la vida”. Ed. Sarpe. 1984)