CUATRO: Junto a un Sainsbury´s (Paternoster square): Sentado en un banco de piedra, en mitad de una plaza con diez cámaras de seguridad por cada ser vivo, tomo una Henry Westons que me sabe a gloria después de no sé cuantos kilómetros encima y, sobretodo, de haber conseguido atravesar (a la tercera fue la vencida) el Puente del Milenio desde la Tate Modern y el Shakespeare´s Globe hasta St Paul´s.
Esta sidra, pienso mientras le doy el último sorbo, no desmerece en nada a la Magners (aquí Bullmers) o a la omnipresente Strongbow, y además me consuela del reciente dolor auto-infringido tras borrar accidentalmente de mi cámara las más de 200 fotos que llevaba hechas desde el viernes. Lo curioso viene cuando intento deshacerme del vidrio.
Miro a mi alrededor pero no veo ni rastro de papeleras o contenedores. Entro en el metro y lo mismo. Pienso si todo esto no será sino una medida encaminada a la prevención de posibles atentados. Lo cierto es que en el suelo y los asientos de los vagones hay bastante basura acumulada.
Al final, tras más de 3200 metros (según Google Earth, en línea recta y sin contar lo andado en los trasbordos) encuentro una papelera entre las obras de Picadilly Circus.
CINCO: Habitación 26 del Lord Jim Hotel (Pennywern road, 23): La noche del sábado decido quedarme en el hotel mientras mis compañeros de viaje (bendita juventud) se adentran en Southwark y desembolsan las preceptivas 15 libras que dan acceso a la Ministry of Sound (al parecer, una de las salas de tortura acústica más famosas de Europa). Me tumbo en la cama. Enciendo la tele. Echo un vistazo a los resúmenes de la premier. Unos minutos después emiten las mejores jugadas del Arsenal-Wigan. Pienso en lo distinto que parece un partido de fútbol cuando lo ves en el campo y luego por televisión. Entre gol y gol de Van Persie enfocan fugazmente el palco del Emirates.
Semiescondido en una esquina se distingue a Beckham charlando con uno de sus hijos.
SEIS: The Camden Market (Camden High Street): Qué puedo contar de este lugar. Calles y calles repletas de mercadillos y locales de comida rápida. Mucho turista. Mucho pijo disfrazado de activista antiglobalización, dispuesto a fundirse en un santiamén el 0,7 del presupuesto asignado por sus papás en ropa guay.
Deambulo entre los puestos de ropa. El aire huele a comida china, a gofre, a curry. Entro en una zapatería. Debe haber como cincuenta Converse y me gustan todas. De camino a Camden Town compro una camiseta de Mr T.
(Ahora que lo pienso creo que, si exceptuamos lo consumido en sidra y en comida basura, las 8 libras que he pagado por esta prenda han constituido mi único gasto londinense).