Aquí, a unos pocos centenares de kilómetros del fin del mundo, la gente planea su futuro, los zapateros ponen suelas para el invierno, los sastres cosen para ocasiones especiales trajes que durarán toda una vida, los escritores empiezan sagas familiares de tres tomos que escribirán durante diez años. La vida late con un pulso regular entre pequeños engaños y aplazamientos, como los trucos con los cheques y las tarjetas de crédito; las personas permanecen en circuitos cerrados, titilan como anuncios de neón, viven ritualmente su existencia, desde el útero hasta la tumba, lejos de cualquier Apocalipsis. Viven, en realidad, lo que he vivido yo mismo antes de que la guerra trastocara todas las cosas de mi ciudad y alterara todo tipo de ritmo vital. Antes de que el miedo me obligara a olvidarme de todas las consideraciones y huir. Lo que quedó atrás sirve únicamente para calcular el precio del miedo. Mi hogar, mis libros, mi frigorífico, el vídeo, los muebles, el sentimiento de tener que ahorrar para un futuro…
Este fragmento que acabas de leer pertenece al relato “La carta”, incluido en “El jardinero de Sarajevo”, un libro excepcional de Miljenko Jergović que hoy es muy difícil de encontrar.
Publicado por Dèria Editors en 1999, ya he perdido la cuenta de las ocasiones en que he intentado infructuosamente hacerme con él. Por ese motivo, cuando el otro día me lo tendieron en régimen de préstamo casi se me caen dos lágrimas de agradecimiento. Y es que “El jardinero de Sarajevo” constituye, junto a “La maleta” de Sergei Dovlatov y “Piezas en fuga” de Anne Michaels, la respuesta de Juan Miguel Contreras a mi selección de libros de hace unas semanas.
No, no hay duda de que “El jardinero de Sarajevo” no ha defraudado las altas expectativas que tenía puestas en él. Acabo de terminarlo y siento que es un libro inmenso, precioso en su descripción de lo terrible, un mosaico de pequeños relatos que se te quedan clavados en el estómago y te acercan a la realidad de una ciudad devastada por la guerra, el Sarajevo de principios de los noventa.
Un libro bestial e imprescindible que, a menos que algún editor con huevos y tendencias suicidas lo evite, seguramente nunca podrás leer, amigo lector.