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martes, 31 de enero de 2023

MIGAJAS: LA FAMILIA DE PASCUAL DUARTE

"Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos por sendas diferentes al mismo fin: la muerte". 


 En "La familia de Pascual Duarte", de Camilo José Cela.



sábado, 9 de octubre de 2021

A PROPÓSITO DE LENNON


            Lo he leído hace un rato en el periódico:

 

“John Lennon habría cumplido hoy 81 años”. 

 

Sin embargo, lleva ya más tiempo muerto que vivo.

 

Como tantas otras veces, me ha dado por imaginar qué podría haber sido de él si no se hubiera dedicado jamás a esto de la música. Es entonces cuando he recordado que el tercer capítulo de mi primera novela gira alrededor de este asunto.

 

 

Lunes, 8 de diciembre

 

A las once y cuarto termino de cenar y me encierro en mi habitación. No tengo sueño, pero prefiero estar tumbado en la cama, mirando el techo o alguna revista de viajes, que aguantar a mi vieja mientras ve la tele y hace ganchillo. Desganado, enciendo la radio. Suena “White Christmas”. Blasfemo. “Todavía faltan más de dos semanas para Nochebuena”, pienso, “pero en Córdoba llevan dando el coñazo con la puta Navidad desde finales de noviembre”. Giro el tuning de la radio y cambio de emisora una, dos, tres veces, hasta que una voz femenina logra captar mi atención. Básicamente, viene a recordar a todos los radioyentes que tal día como hoy de mil novecientos ochenta, casi a esta misma hora, John Lennon fue asesinado a la puerta del edificio de apartamentos donde vivía, en Nueva York. Tras el relato de la efeméride, unos segundos de estudiado silencio dan paso a los primeros compases de "Imagine". “Qué original”, pienso. Al mundo le importa una mierda que consagres toda tu vida a la literatura, la música o la fotografía. Al final, con suerte (con mucha suerte), apenas serás recordado por un estribillo, un par de versos o la postal de alguna de tus obras clavada con chinchetas sobre una pared mugrienta.

Dejo la radio sobre la almohada y me echo en la cama. Lo cierto es que cuesta creer que esa voz que ahora empiezo a escuchar lleve casi cuarenta años muda por culpa de un puto fanático, de un veinteañero ansioso por apropiarse de un gramo de la fama acumulada por su ídolo. Suena “Imagine”, y yo no puedo evitar pensar que John Lennon podría seguir hoy vivo de no haberse dedicado nunca a esto de la música. Quién sabe, ahora mismo podría estar plácidamente apoyado en la barra de cualquier pub de Liverpool, tomándose con sus antiguos compañeros de trabajo unas pintas heladas de Strongbow mientras siguen por la tele algún resumen de la Premier o le mentan la madre a gritos a Brendan Rodgers, Rooney o al puto Cameron de los cojones. O, puestos a desvariar, por qué no imaginar a un Lennon de pelo cano y bronceado perfecto, disfrutando con su esposa (que, sobra decirlo, no sería Yoko Ono) de una maravillosa noche de diciembre por el paseo marítimo de Benidorm o Fuengirola. De ser cierta cualquiera de estas fabulaciones, el ex-beatle no habría compuesto jamás “Imagine“, y la humanidad entera se habría perdido estos tres minutos escasos que están llegando a su fin en la radio. Lennon no habría alcanzado nunca la fama, pero me juego a mi vieja a que ese es un precio que el tipo habría asumido con gusto de haber sabido lo que el destino le tenía reservado aquel ocho de diciembre, a la entrada del edificio Dakota. Después de todo, entre unos años de gloria o la posibilidad de una existencia larga y apacible, casi todo el mundo acabaría eligiendo lo segundo. Aunque esa vida insulsa y sin sobresaltos por la que renuncian a la inmortalidad pudiera llegar a convertirse, con el paso del tiempo, en una vulgar sucesión de días perdidos como ahora mismo es la mía.

 

 

Las cuatro de la mañana. Me despiertan las señales horarias de la radio. Tengo la boca seca. Me levanto para coger la botella de agua que he dejado encima de la mesa, pero tropiezo con la silla y doy con mis huesos en el suelo. Siento a mi madre golpear con los nudillos en el tabique. Desde su cuarto me grita que apague de una vez la radio, que me duerma que son las tantas, que mañana es día de trabajo, que voy a despertar a los vecinos... Me incorporo. Me froto la espinilla. Cojo la botella y bebo un poco de agua. Luego vuelvo a la cama. Me arropo. Apago la luz. Bajo el volumen de la radio y me la acerco al oído. Suena una vieja canción de Silvio Rodríguez, que me trae a María a la memoria:

“Debo aprender que mañana es un mundo habitable, lleno de instantes, promesas y besos y sueños”.

Sonrío.

“Que se lo digan a Lennon”, pienso.

Y cierro los ojos.

martes, 11 de agosto de 2020

HISTORIA DE UN DEICIDIO

Hoy es de esos días raros en los que parece que la suerte te sonríe, poniéndote en las manos un libro que llevabas media vida buscando.

Aunque, claro, después de treinta años buscándolo de manera ininterrumpida, entra dentro de la lógica que, aunque solo sea por pura perseverancia, tuvieras más posibilidades que otras personas de hacerte con él. 

De modo que aquí lo tengo. 

Por fin. 

Entre mis manos. 

Una primera edición de “Historia de un deicidio” en un estado de conservación magnífico (teniendo en cuenta que fue impresa en noviembre de 1971), que no puedo dejar de oler. 


Abro el tomo por una página al azar, cierro los ojos y aspiro el aroma de ese papel amarilleado por su casi medio siglo de vida, y esa fragancia a libro maduro me devuelve a aquellas tardes lejanas encerrado en polvorientas librerías que ya no existen sino en mi memoria. 

 

Casi cincuenta años has estado, pasando de mano en mano. 

Olvidado en un estante. 

 

Pero por fin estás en casa.

domingo, 15 de octubre de 2017

UN PASEO POR CONSTANTA (01)

Entre el 24 y el 29 del pasado mes de septiembre estuve visitando la ciudad de Constanta. Con casi trescientos mil habitantes, es una de las ciudades más importantes de Rumanía, además de uno de los principales puertos de Europa. Con sinceridad, no es la ciudad más bonita en la que he estado, pero constituye el ejemplo perfecto de cómo cualquier lugar puede tener su encanto si tienes claro lo que buscas y sabes bien dónde mirar. Con la intención de no perderme cosas que a primera vista pudieran pasar desapercibidas, realicé algunas grabaciones aleatorias durante mis desplazamientos por la ciudad. Fruto de ellas he montado dos vídeos, de los cuales hoy dejo el primero:


lunes, 25 de septiembre de 2017

EL CASINO DE CONSTANTA

El Casino de Constanta, construido a orillas del Mar Negro, fue diseñado por Daniel Renard e inaugurado en 1910.


Desgraciadamente, lleva décadas abandonado.

“Es uno de los edificios más bonitos que he visto en mi vida”, pienso, mientras lo observo desde la distancia, apoyado en la baranda del paseo marítimo. Uno de los edificios más bonitos que he visto, sí, curiosamente ubicado en uno de los lugares más feos en los que he estado. Porque eso es (lo pienso sin pensarlo demasiado) lo que es este casino: un rincón de ensueño en mitad de una ciudad de pesadilla. Una suerte de maravillosa ilusión que revela su auténtica condición a medida que vas acercándote a ella. Un rincón que, irremediablemente, se cae a trozos, que participa de la misma decadencia que parece alimentar al resto de edificios de esta ciudad. 



“Sí, es uno de los edificios más bonitos que he visto en mi vida”, pienso, mientras me adentro en el bulevar Elisabetta y mi vista lo va perdiendo de vista. Y en mi mente estas palabras suenan como suenan las despedidas, cuando son definitivas.

miércoles, 28 de junio de 2017

viernes, 23 de junio de 2017

domingo, 5 de marzo de 2017

CONFESIONES DEL AMIGO DEL AMO DE CASA FRUSTRADO


Me jode el viernes.
Me levanto a las 7 y (como todos los días de lunes a viernes, desde enero hasta junio) me tomo la vacuna (sublingual, 5 gotitas) para las gramíneas, el olivo y la salsola. Luego me aseo. Pongo la tele. Preparo el desayuno y, su puta madre, la primera noticia que atino a escuchar es la concesión del Azorín de novela a Espido Freire. Furioso, comienzo a untar cien gramos de Nutella rebosante de cancerígeno aceite de palma sobre una tostada requemada y abundante de la también cancerígena acrilamida, mientras murmullo que qué coño, lo que va a terminar matándome no es esta dieta de mierda sino el mamoneo tan increíble que rodea a la literatura.

Y es que, básicamente, esta mujer está contándole al periodista lo emocionada y sorprendidísima que está porque para nada esperaba ganar este premio. Bebo un poco de agua y pienso que, si no ando equivocado, el Azorín lo publica Planeta. Recuerdo también que Freire ya ha ganado con anterioridad el Planeta (de hecho, ha sido la ganadora más joven en recibir este galardón) y que ha publicado varias novelas en esta editorial. Vaya, pienso al tiempo que relamo la Nutella que se ha quedado pegada al cuchillo, Freire lleva media vida publicando en Planeta pero se asombra de haber ganado un premio que paga esa editorial.
Y por qué no, pienso.
Después de todo (como ha dicho en prensa), ella sabe muy bien qué es el dolor y el fracaso, pues también ha perdido premios. Y es consciente de que su alegría de hoy supone la decepción de otros, la tristeza de compañeros que han presentado también sus novelas a este premio.
Me levanto y voy a la cocina. 
Meto el plato y el cuchillo en el lavavajillas.
Pienso que tal vez eso,
exactamente eso,
sea crecer:
Aprender a justificar lo que antes nos parecía deleznable.
Vuelvo al comedor y cambio de canal. Me visto y despierto a mi hija mayor. Luego entro en la habitación de mi hijo pequeño y lo saco de la cama. Con cuidado lo traigo hasta el sofá y lo tapo con una manta, y como todas las mañanas lo dejo ahí unos minutos para que se vaya espabilando, mientras saco punta a los lápices de los estuches y preparo sus desayunos.
De fondo suena “La princesa Sofía”. Mi esposa entra en el salón y me besa, todavía medio dormida, y es este beso un gesto mínimo que me devuelve el buen humor y me ayuda a tomar conciencia de que lo que me ha fastidiado de todo este asunto no ha sido el que en España se haya otorgado otro premio cuyo vencedor ya se sabía de antemano, o la certeza de que solo amoldándote a este podrido modelo editorial puedas algún día llegar a formar parte de él, sino una entrada que leí anoche (justo antes de irme a la cama) en el blog de un buen amigo (así al menos lo considero yo, a pesar de que apenas nos habremos visto cuatro o cinco veces).


En ella, mi amigo contaba (envuelto en una nube de quehaceres cotidianos que conforman su día a día como amo de casa) que una editorial muy importante (créeme, lo es) acababa de rechazar (tras muchos meses de valoración) su novela. Estamos hablando de un proyecto literario bueno (muy bueno), una historia que yo he tenido la oportunidad de leer con detenimiento y que es, con diferencia, mejor que la mayoría de libros que a diario llegan a mis manos.
¿Cuál es el problema, entonces?
Pues sencillamente que para las editoriales de hoy la calidad literaria no es suficiente. No, si esta no va acompañada de un beneficio económico seguro (algo que, como comprenderás, es difícil de garantizar cuando hablamos de un autor desconocido para el gran público). Apostar por una novela y dedicarle horas y horas de corrección y edición no es rentable. Es preferible (y más barato y más rápido) contratar traducciones por cuatro euros o “redescubrir” a narradores cuyos derechos de autor ya vencieron y que (como futbolistas) llegan a tu catálogo a coste cero. Esa es, a mi modo de ver, la forma de actuar de las editoriales guays, las independientes. A las otras, las de toda la vida, les va mejor publicando a tertulianos o presentadores de telediario, o dándoles los premios que convocan a autores de la casa (limitando estos a meros actos de promoción, una oportunidad de puta madre de darle salida a tu vestido de cóctel y ponerte hasta el culo de canapés y champán).
Como todas las mañanas, de lunes a viernes, hay un momento en el que llegan las prisas, un momento en el que la hora se te echa encima y corres el riesgo de no llegar a tiempo al colegio. Son las 8:40 y los críos todavía están sin peinar, sin lavarse los dientes, descalzos y sin los abrigos.
Voy bajando las mochilas al coche y resuena en mi mente una frase que una vez me dijo J. M. Chilavert, el gran (y desconocido) poeta cordobés:
Tío, cada día hay más editoriales de mierda publicando libros de mierda escritos por autores de mierda para una masa ingente de lectores de mierda”.
Luego el día transcurre como siempre, veloz, sin tiempo para pensar en gilipolleces literarias. Y sin quererlo llega la noche. Y una nueva mañana. Una nueva mañana de sábado que trae con ella la nieve.
Y no es que con la caída de los primeros copos de repente todo haya comenzado a tener sentido.
De hecho, todo sigue igual.



domingo, 1 de enero de 2017

DAVIDE AURILIA

Davide Aurilia (1989) es un joven ilustrador italiano que acabo de descubrir, mientras perdía el tiempo por Internet esta primera tarde de 2017. Autor de algunos comics (“Il conquistatore”, “L´attesa” o “Le cose che cambiano”), tiene dibujos y GIF maravillosos.