Trasteando la otra mañana en mi móvil descubrí un archivo de audio grabado hace casi tres años en Chivasso, una ciudad italiana situada a escasos kilómetros de Turín. La grabación en sí constaba de casi tres minutos de absoluto silencio, sólo interrumpido por las campanas del Duomo y, casi al final, por unos pasos lejanos que atravesaban con ligereza la Piazza della Repubblica.
Todos hemos oído mil veces eso de que una imagen vale más que mil palabras. Alguna vez incluso he escuchado lo contrario: que una palabra es capaz de evocar por sí sola multitud de imágenes. En lo que a mí respecta, quisiera añadir que hay también sonidos (o silencios) que albergan en su interior instantes imposibles de explicar con mil palabras o mil imágenes. Esta pequeña grabación, en concreto, me ha devuelto un universo entero de matices que las fotografías habían sepultado entre las tapas del álbum de ese viaje. No sé… el placer de dejar pasar las mañanas sentado en un banco de la plaza, sin otra meta a corto plazo que buscar un poco de sol que calentara el carro donde dormía mi hija pequeña; el trasiego de la gente dejando tras de sí un rastro de palabras en otro idioma; o una abuela escrutando sin prisas las curiosas esquelas del tablón de la funeraria local.
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