sábado, 10 de mayo de 2014

LECTURAS EN EL BAÑO (Mayo 2014)

Lo reconozco. Últimamente estoy teniendo mucha suerte con mis lecturas. Apenas cierro un libro bueno cuando abro el siguiente y está todavía mejor. A día de hoy se amontonan en mi cuarto de baño cuatro libros que intento compaginar de la mejor forma posible. Son estos:


Libertad”, de Jonathan Franzen. Ed. Salamandra.

Es la primera novela que leo de este autor norteamericano. Y la verdad es que me está gustando tanto que veremos a ver si no continúo con “Las correcciones”, otro “tocho” de Franzen que también lleva varios años aparcada en mi biblioteca. “Libertad” es uno de esos libros que uno lee muy de tarde en tarde, y que tiene la facultad de hacer que durante una temporada sientas que todo lo que estás leyendo o acabas de leer es pura basura. Dejo un fragmento cualquiera de este libro, el primero con el que mis ojos se han topado al abrirlo al azar:

“… y cuando fue a Port Authority y recibió a Conny en la puerta de llegadas, pensó que nunca se había alegrado tanto de verla. Durante el mes anterior, comparándola mentalmente con la incomparable Jenna, había perdido de vista lo atractiva que era, a su manera esbelta, austera y ardiente. Vestía un chaquetón de marinero que él no conocía y fue derecho hacia él y acercó la cara a la suya y los ojos muy abiertos a los suyos, como si se apretase contra un espejo. En el interior de Joey se produjo un drástico derretimiento de todos los órganos. Estaba a punto de echar cuarenta polvos, pero era más que eso. Era como si la estación de autobuses y todos los viajeros de bajo poder adquisitivo que pasaban alrededor de ellos dos estuvieran equipados con ajustes de brillo y color cuya intensidad había sido reducida radicalmente por la mera presencia de aquella chica que Joey conocía desde siempre.”


La verdad sobre Marie”, de Jean-Philippe Toussaint . Ed. Anagrama.

De Toussaint había leído con anterioridad cuatro novelas, todas ellas entre enero de 2003 y agosto de 2004: “El cuarto de baño”, “Monsieur”, “La cámara fotográfica” y “La televisión”. Luego, durante más diez años, apenas había vuelto a saber nada de él. En parte, supongo que porque ninguna editorial se animó a continuar traduciendo sus libros al español. Para mi sorpresa, hace poco leí que un libro suyo (“Hacer el amor”) había sido publicado por la editorial Siberia, de reciente creación, y a punto estaba de hacerme con él cuando cayó en mis manos la versión electrónica de “La verdad sobre Marie”. Y con él ando. Con la idéntica sensación que tuve con sus libros anteriores: libros que no terminan de engancharme pero que, por alguna extraña razón que se me escapa, no puedo dejar de leer.


Once maneras de sentirse solo“”, de Richard Yates. Ed. RBA.

La verdad es que he tenido un poco abandonado este libro durante los últimos días, por culpa de la absorbente novela de Franzen. Pero eso no significa que no me esté gustando. Al contrario, los pocos cuentos que he leído me han parecido magníficos. Como su nombre indica, todos ellos giran en torno a la soledad, pero entendida (y vivida) desde diferentes puntos de vista. Promete mucho.


Una novela rusa”, de Emmanuel Carrère. Ed. Anagrama.

De Emmanuel Carrère sólo había leído “El adversario” (novela que, tengo que decirlo, me dejó un gran sabor de boca), y aunque tengo otros tres libros suyos dando vueltas por las estanterías, no me habría atrevido con "Una novela rusa" en estos momentos de no ser por la recomendación e insistencia de Juan Miguel Contreras, escritor y bloguero con el que pasé una estupenda tarde hace un par de semanas. Aprovechando que venía a la biblioteca municipal de La Solana para hablar de “La muñeca rusa” y “Cardiopatías” (sus dos últimos libros publicados), conseguimos cuadrar nuestros horarios sobresaturados de pañales y potitos para, entre cafés y cervezas, charlar y recomendarnos mutuamente un puñado de libros imprescindibles, tesoros que (por desidia o ignorancia) se me habían pasado por alto y que son una prueba fehaciente más de las grandísimas lagunas que tengo como lector.

jueves, 17 de abril de 2014

BREVES APUNTES SOBRE EL CHURRO-PALANCA


El churro-palanca es una tradición en mi familia que se remonta hasta la década de los cuarenta del pasado siglo, cuando algún antepasado tuvo la feliz ocurrencia de juntar un domingo sobre la mesa del desayuno un plato de churros y un bote de Cola Cao. Básicamente, todo se reduce a ingerir un número indecente de estos grasientos mazacotes embadurnados en una cantidad igualmente indecente de Cola Cao, ayudándose para ello de un pequeño trozo que hace las veces de palanca y que en ningún caso podrá ser engullido hasta que el resto de jeringos haya desaparecido de la mesa. A simple vista, la técnica parece simple, pero bastará que tus dedos comiencen a untarse de aceite y Cola Cao para que te convenzas de que son necesarios muchos años de práctica para alcanzar la maestría en el uso y manejo del churro-palanca. 

Porque, para empezar, no cualquier churro sirve como churro-palanca. Existen una serie de características jeringo-mórficas que el profano en la materia desconoce, y pasarlas por alto puede descafeinar (e incluso estropear) esta excitante aventura gastronómica. Por ejemplo, el tamaño del churro-palanca, que deberá oscilar siempre entre los 5 y 6,5 centímetros, dimensiones que facilitarán su adecuado manejo, a la par que una rápida deglución final. O el grosor, que nunca será mayor que el dedo pulgar del comensal (piénsese que el churro-palanca, si se ha impregnado correctamente de Cola Cao, ha de haber doblado como mínimo su espesor inicial en el momento de ser paladeado). La forma del churro es también un aspecto crucial, pues si bien éste suele presentar una apariencia inequívocamente curva (1), son muy valorados entre los entendidos los ejemplares que presentan un leve grado de convexidad en el centro. La explicación de esto radica en que dicha curvatura puede facilitar hasta en un 35% la acumulación de Cola Cao sobre la pared interior del churro-palanca. Por último, y muy relacionada con las anteriores, debemos tener en cuenta el grado de oleosidad del jeringo (suficiente para que el Cola Cao se adhiera a sus paredes, pero no tanto como para que éste se convierta en una pasta oscura y grasienta).

Por otro lado, y tan importante como las características morfológicas del churro-palanca, está la adecuada selección de la base mezcladora. Llegado a este punto (y tras haber comparado más de una veintena de productos similares), creemos que es el Cola Cao el que garantiza unas prestaciones máximas en esta experiencia única, habida cuenta de las puntuaciones obtenidas en los diferentes parámetros objeto de análisis (color, sabor, textura, coeficiente de grumosidad y grado de disolución salival). Dicho esto, y con el fin de no extendernos demasiado con detalles técnicos, los aspectos que deben tenerse en cuenta llegados a este punto son la cantidad vertida y el nivel de tolerancia. Y es que uno no alcanzará la maestría con el churro-palanca mientras su aparato digestivo no esté preparado para metabolizar (como mínimo) un tercio de bote de Cola Cao y entre 200 y 300 gramos de churros (lo que, a ojo, pueden ser en torno a unas 2000 calorías por desayuno –tomando como referencia la información contenida en las tablas nutricionales de los correspondientes alimentos: 378 kcal/100g para el Cola Cao y 361 kcal/100g para los churros). Pero no hablamos sólo de calorías, sino también de porcentajes elevadísimos de colesterol y de brutales aportes de hidratos de carbono y grasas. Sí, amigo, el churro-palanca es una actividad de riesgo, un MIM-104 Patriot apuntando al centro de tu sistema cardiovascular. La digestión será dura, y las consecuencias a largo plazo se antojan devastadoras. Pero no hay éxito sin dolor. 

Y lo sabes.

Para terminar, vamos a ilustrar el proceso de administración del churro-palanca con una serie de fotografías.









NOTAS:

(1): Forma que todavía es más pronunciada en el caso de los jeringos que, como sin duda sabrás, son por definición redondeados. De hecho, todavía hoy es habitual en muchos lugares que te los vendan anudados con un junco.

martes, 15 de abril de 2014

VISITA AL ARCÁNGEL

Puedo comprender el orgullo de un padre al ver a su hijo en el periódico, pero esto ya me parece excesivo...

domingo, 23 de marzo de 2014

viernes, 7 de marzo de 2014

PORVOO

Porvoo es una ciudad situada al sur de Finlandia. De hecho, es la segunda población más antigua de este país (la primera es Turku, que fue la primera capital de Finlandia). Todo el casco antiguo de Porvoo es de la Edad Media, y la verdad es que basta con adentrarte en sus calles empedradas y flanqueadas por coloridas casas de madera para sentir que estás retrocediendo en el tiempo. 


Actualmente, Porvoo cuenta con cerca de 50.000 habitantes, que configuran un original espacio bilingüe (el 64 % de sus habitantes son finoparlantes y el 33% suecoparlantes).

De Porvoo podemos destacar su bonito puerto de casas rojas, la plaza del ayuntamiento y la catedral.


Dejo a continuación algunas fotos y vídeos de esta ciudad. 


(Plaza del ayuntamiento de Porvoo)
(Puerto de Porvoo)
(catedral de Porvoo)
Este bello edificio data del siglo XV, aunque sus partes más antiguas se remontan al siglo XIII. Originariamente, la catedral era de madera, pero a partir de 1410 se le fueron añadiendo muros de piedra. La catedral ha sido destruida por el fuego varias veces. La última de ellas tuvo lugar en mayo de 2006. En esa ocasión el fuego provocó que todo su techo se derrumbara, lo que obligó a cerrar el templo durante más de dos años.


La catedral de Porvoo es lugar de culto de la Iglesia Evangélica Luterana de Finlandia. 


miércoles, 5 de marzo de 2014

HELSINKI EN 10 FOTOGRAFÍAS

Otro año igual: malgasto el tiempo planificando mis vacaciones (consultando hoteles, verificando horarios, descargando callejeros) para luego, al final, terminar en un lugar que ni siquiera había considerado inicialmente. Hasta ahora, por fortuna, los experimentos han ido saliendo bien (eso, o realmente es verdad lo que dicen algunos, que no hay ciudad fea). En cualquier caso, hoy dejo la primera entrega de las vacaciones pasadas: diez fotografías de diez lugares representativos de la ciudad de Helsinki. 

(Catedral de Helsinki. Templo evangélico luterano. Fue diseñada por Carl Engel y construida entre 1830 y 1852)
(Catedral de Uspenski. Diseñada por el arquitecto ruso Alexey Gornostaev, y construida entre 1862 y 1868 sobre una colina)

("Rautatieasema", o estación de trenes de Helsinki. Pertenece al estilo “art nouveau”. Fue diseñada por el arquitecto finlandés Eliel Saarinen en 1904, y construida entre 1910 y 1914)
(Erottajankatu. con las torres de la iglesia de San Juan al fondo)
(Kallion kirkko. Fue diseñada por Lars Sonck, y construida entre 1908 y 1912. Como la bella estación de trenes, es de estilo “art nouveau”)
(Iglesia de San Juan. Templo luterano, diseñado por el arquitecto sueco Adolf Melander. De estilo neogótico. Fue construida a finales del siglo XIX, y en ella destacan sus dos torres gemelas, de 74 metros de altura)
(Parlamento de Helsinki. Diseñado por Johan Sigfrid Sirén, fue construido entre 1926 y 1931)
(Pohjoisesplanadi)
(Kauppatori. Plaza del Mercado, junto al puerto. El edificio de color azul es el ayuntamiento)
(Panorámica del puerto de Helsinki, con la silueta de la Catedral en el centro)

sábado, 15 de febrero de 2014

"REGRESAR", DE DOMINIQUE ANÉ. UN FRAGMENTO

"Al volver aquí siempre tengo tentaciones de desembrollar la madeja de un tiempo que no dice su nombre; ignoro si depende de un pasado siempre en diferido, en espera de ser reconocido como tal, o de un presente perpetuo donde los días no se suman sino que se pisotean unos a otros."

("Regresar", de Dominique Ané. Alpha Decay. Colección Héroes Modernos)

domingo, 19 de enero de 2014

LECTURAS EN EL BAÑO (Enero 2014)

“La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada” es uno de los cuatro libros que hace un siglo presté a un amigo que acabó demostrando tanto gusto por la buena literatura como querencia por lo ajeno. Es, también, el último de esos cuatro libros que, cansado de esperar, he ido adquiriendo de nuevo con el tiempo. Hace apenas un mes, durante las navidades, a través de una librería de segunda mano que habitualmente me surte de libros por internet.
Pero es que leer a Gabriel García Márquez es uno de los propósitos que, como sabes, me he marcado para este nuevo año. Digo leer, y tal vez debería decir “releer”, pues dudo que haya ningún autor cuya obra haya devorado con tanto deleite como la de este genial escritor colombiano.Sobre todo durante mis inicios como lector. De García Márquez lo tengo todo, y todo lo he leído varias veces. No obstante, llevaba una temporada tan larga sin acercarme a su obra que temía que una nueva relectura pudiera hacer tambalearse el pedestal en el que lo tengo.
Y una mierda.
Porque apenas he necesitado leer las primeras líneas de “Un señor muy viejo con unas alas enormes”, el primero de los siete cuentos incluidos en “La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada” para comprobar que los libros de García Márquez resisten muy bien el paso del tiempo.

“Al tercer día de lluvia habían matado tantos cangrejos dentro de la casa, que Pelayo tuvo que atravesar su patio anegado para tirarlos en el mar, pues el niño recién nacido había pasado la noche con calenturas y se pensaba que era a causa de la pestilencia. El mundo estaba triste desde el martes. El cielo y el mar eran una misma cosa de ceniza, y las arenas de la playa, que en marzo fulguraban como polvo de lumbre, se habían convertido en un caldo de lodo y mariscos podridos. La luz era tan mansa al mediodía, que cuando Pelayo regresaba a la casa después de haber tirado los cangrejos, le costó trabajo ver qué era lo que se movía y se quejaba en el fondo del patio. Tuvo que acercarse mucho para descubrir que era un hombre viejo, que estaba tumbado boca abajo en el lodazal, y a pesar de sus grandes esfuerzos no podía levantarse, porque se lo impedían sus enormes alas”.

Escribo esto cuando llevo mediado el libro, y es tal la necesidad que tengo ahora mismo de seguir pululando por el mundo retratado por García Márquez que, entre cuento y cuento, y para tomar aliento, he empezado “La mala hora”. 

Menos mal que los dos son libros minúsculos y se leen de una sentada, porque llevo un rato escuchando en el salón los gemidos de “La casa de hojas”, la novela que desde hace unos días me tiene encandilado y que ahora reclama mi atención como un niño mimado, ignorante pues compite con algo cuya inmensidad siquiera llega a intuir.