Lo echaba de menos.
Tumbarme en el sofá por la noche, con un puñado de libros al lado, y dejar pasar las horas escurriéndome de uno a otro como un amante infiel y voraz.
Como ahora.
Aunque solo sea para constatar una vez más que la literatura es un territorio inmenso e inabarcable, donde aún es posible descubrir a autores como Julian Barnes cuando todavía revolotean en tu mente dos versos abandonados de un poema de Alfonso Armada o de Siri Hustvedt. Donde beber a tragos cortos una entrevista a Foster Wallace, mezclada con un cuento de Miljenko Jergović, que te ayuden a olvidar ese cúmulo de pequeñas decepciones que conforman tu mediocre y gris existencia. Donde adentrarse en la madrugada sin más víveres ni equipaje que algún libro robado de Luis Landero.
Todo lo demás, en esos momentos, me sobra.
Todo lo demás, en esos momentos, me sobra.
(*) “No hay caricia que supla/el calor del latido”, versos finales de La muerte, incluido en “Los temporales”, de Alfonso Armada.
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