sábado, 9 de octubre de 2021

A PROPÓSITO DE LENNON


            Lo he leído hace un rato en el periódico:

 

“John Lennon habría cumplido hoy 81 años”. 

 

Sin embargo, lleva ya más tiempo muerto que vivo.

 

Como tantas otras veces, me ha dado por imaginar qué podría haber sido de él si no se hubiera dedicado jamás a esto de la música. Es entonces cuando he recordado que el tercer capítulo de mi primera novela gira alrededor de este asunto.

 

 

Lunes, 8 de diciembre

 

A las once y cuarto termino de cenar y me encierro en mi habitación. No tengo sueño, pero prefiero estar tumbado en la cama, mirando el techo o alguna revista de viajes, que aguantar a mi vieja mientras ve la tele y hace ganchillo. Desganado, enciendo la radio. Suena “White Christmas”. Blasfemo. “Todavía faltan más de dos semanas para Nochebuena”, pienso, “pero en Córdoba llevan dando el coñazo con la puta Navidad desde finales de noviembre”. Giro el tuning de la radio y cambio de emisora una, dos, tres veces, hasta que una voz femenina logra captar mi atención. Básicamente, viene a recordar a todos los radioyentes que tal día como hoy de mil novecientos ochenta, casi a esta misma hora, John Lennon fue asesinado a la puerta del edificio de apartamentos donde vivía, en Nueva York. Tras el relato de la efeméride, unos segundos de estudiado silencio dan paso a los primeros compases de "Imagine". “Qué original”, pienso. Al mundo le importa una mierda que consagres toda tu vida a la literatura, la música o la fotografía. Al final, con suerte (con mucha suerte), apenas serás recordado por un estribillo, un par de versos o la postal de alguna de tus obras clavada con chinchetas sobre una pared mugrienta.

Dejo la radio sobre la almohada y me echo en la cama. Lo cierto es que cuesta creer que esa voz que ahora empiezo a escuchar lleve casi cuarenta años muda por culpa de un puto fanático, de un veinteañero ansioso por apropiarse de un gramo de la fama acumulada por su ídolo. Suena “Imagine”, y yo no puedo evitar pensar que John Lennon podría seguir hoy vivo de no haberse dedicado nunca a esto de la música. Quién sabe, ahora mismo podría estar plácidamente apoyado en la barra de cualquier pub de Liverpool, tomándose con sus antiguos compañeros de trabajo unas pintas heladas de Strongbow mientras siguen por la tele algún resumen de la Premier o le mentan la madre a gritos a Brendan Rodgers, Rooney o al puto Cameron de los cojones. O, puestos a desvariar, por qué no imaginar a un Lennon de pelo cano y bronceado perfecto, disfrutando con su esposa (que, sobra decirlo, no sería Yoko Ono) de una maravillosa noche de diciembre por el paseo marítimo de Benidorm o Fuengirola. De ser cierta cualquiera de estas fabulaciones, el ex-beatle no habría compuesto jamás “Imagine“, y la humanidad entera se habría perdido estos tres minutos escasos que están llegando a su fin en la radio. Lennon no habría alcanzado nunca la fama, pero me juego a mi vieja a que ese es un precio que el tipo habría asumido con gusto de haber sabido lo que el destino le tenía reservado aquel ocho de diciembre, a la entrada del edificio Dakota. Después de todo, entre unos años de gloria o la posibilidad de una existencia larga y apacible, casi todo el mundo acabaría eligiendo lo segundo. Aunque esa vida insulsa y sin sobresaltos por la que renuncian a la inmortalidad pudiera llegar a convertirse, con el paso del tiempo, en una vulgar sucesión de días perdidos como ahora mismo es la mía.

 

 

Las cuatro de la mañana. Me despiertan las señales horarias de la radio. Tengo la boca seca. Me levanto para coger la botella de agua que he dejado encima de la mesa, pero tropiezo con la silla y doy con mis huesos en el suelo. Siento a mi madre golpear con los nudillos en el tabique. Desde su cuarto me grita que apague de una vez la radio, que me duerma que son las tantas, que mañana es día de trabajo, que voy a despertar a los vecinos... Me incorporo. Me froto la espinilla. Cojo la botella y bebo un poco de agua. Luego vuelvo a la cama. Me arropo. Apago la luz. Bajo el volumen de la radio y me la acerco al oído. Suena una vieja canción de Silvio Rodríguez, que me trae a María a la memoria:

“Debo aprender que mañana es un mundo habitable, lleno de instantes, promesas y besos y sueños”.

Sonrío.

“Que se lo digan a Lennon”, pienso.

Y cierro los ojos.

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