martes, 5 de julio de 2022

"LA IGNORANCIA", DE MILAN KUNDERA

Leer “La ignorancia”, escrita por Milan Kundera en el año 2000, ha sido como abrir una de esas matrioskas que proliferan como setas en muchas tiendas de souvenirs de Praga. Una novela que, nada más “destapar”, me ha introducido en la dura realidad de la emigración (en este caso, como consecuencia de la invasión de Checoslovaquia por parte de la Unión Soviética), a partir del reencuentro casual de sus protagonistas en un aeropuerto de París. Ambos (Irena y Josef) llevan veinte años fuera de su país, prácticamente el lapso de tiempo que dista entre el final de la Primavera de Praga y el triunfo de la Revolución de Terciopelo, y ambos coinciden en el viaje de regreso a su Ítaca particular.


Es aquí cuando, poco a poco, nos vamos dando cuenta de que “La ignorancia” también es (no podía ser de otra forma) una novela sobre la nostalgia. O, más bien, sobre la ausencia de nostalgia. Porque en esta segunda muñeca (escondida en el hueco de la primera) advertimos que ni Josef ni Irena albergan un rastro tibio de añoranza por regresar a casa, por ver a la familia o reencontrarse con sus amigos de entonces. En definitiva, por retornar junto a todas aquellas personas que se quedaron y que, en muchos casos, terminaron haciendo lo posible por olvidarlos, pues “el régimen no les hacía la vida fácil a los parientes de los emigrados” (pág. 69).

Paradójicamente, la emigración impuesta, obligada, ha terminado siendo la mejor salida a una vida. En el caso de Irena, la constatación de cómo “las implacables fuerzas de la Historia que habían atentado contra su libertad habían acabado haciéndola libre”. (pág. 29)

Luego, a medida que avanza la novela, rompes esa segunda muñeca y descubres que dentro, agazapada, hay otra historia que trata de la extrañeza y la identidad. Y es entonces cuando ves a Irena, paseando por Praga tras veinte años viviendo en París, apurada porque tiene que comprarse un vestido de verano y las tiendas que encuentra no disponen todavía de muchos productos occidentales. En lugar de ello, nuestra protagonista ha de conformarse con un vestido confeccionado con los mismos tejidos, los mismos colores y cortes que ella había conocido durante la época comunista. Más tarde, al pasar por delante de unos grandes almacenes, con su vestido recién comprado puesto, Irena se descubrirá frente a un espejo y pensará que esa persona que está viendo no es ella. O, mejor dicho, si es ella, “pero viviendo otra vida, la vida que hubiera tenido si se hubiera quedado en su país”. (pág. 37)

Es también cuando sorprendes a Josef, al poco de iniciar su estancia en Bohemia, cenando solo en el restaurante del hotel y escuchando hablar al resto de comensales en checo (una lengua desconocida de la que sin embargo entendía cada una de las palabras). (pág. 61)

O leyendo un diario de adolescencia que acaba de entregarle su hermano, mientras piensa en “¿cómo pueden tener la misma letra dos seres ajenos, tan opuestos?”. (pág. 88)

Más adentro, en las mismas tripas de esta tercera muñeca, comprendes que, obviamente, “La ignorancia” es también un libro sobre la ignorancia. Un libro sobre los errores irreparables que se cometen durante esos primeros años. Esa edad en la que “la gente se casa, tiene el primer hijo, elige su profesión.” (pág 167). En cualquier caso, gente que, algún día, “sabrá y comprenderá muchas cosas, pero ya será demasiado tarde, porque su vida habrá tomado forma en una época en la que no sabía absolutamente nada” (pág 168).

Al final, justo cuando logras alcanzar el corazón de la matrioska, adviertes que “La ignorancia” es, muy especialmente, un libro sobre la memoria.  

(…) la memoria, para funcionar bien, necesita de un incesante ejercicio: los recuerdos se van si dejan de evocarse una y otra vez en las conversaciones entre amigos. Los emigrados agrupados en colonias de compatriotas se cuentan hasta la náusea las mismas historias que, así, pasan a ser inolvidables”. (pág. 39)

No hay comentarios:

Publicar un comentario