
Tal día como hoy, hace 7 años, falleció en Ibiza el escultor Juan Muñoz. Tenía 48 años. Sus esculturas hablan por sí solas, así que para qué estropear esta entrada con palabras.


VIDEO DE LA EXPOSICIÓN DE JUAN MUÑOZ EN EL GUGGENHEIM (BILBAO)

6.000.000.000 de seres humanos en el mundo. De ellos, aproximadamente el 50% mujeres. Qué puede tener una de ellas de especial para verla como única, como la persona en concreto con la que quieres construir lo que diablos sea que uno construye cuando no está trabajando, o durmiendo, o vomitando. No lo sé. En mi caso, tal vez cosas como esta:
Lo dejó todo, convencido de que ese día sería el fin del mundo. Según contó después, lo había soñado. Que de repente, en mitad de la tarde, todo quedaba a oscuras. En silencio. Inexplicablemente, pensó que cuanto más al sur huyera más tardaría la vida en extinguirse. Eso hizo que el temido instante lo sorprendiera en un tren camino de Málaga, justo cuando el reloj marcaba las cinco. Su corazón casi estalló en pedazos al ver cómo la oscuridad invadía por sorpresa el vagón. Tardó varios segundos en comprender que sólo era un túnel.
Esta tarde recibí un email de Dani, un antiguo amigo de Palma del Río. Me cuenta que el que fue nuestro local de ensayo durante un montón de años va a transformarse en una oficina, y me manda un par de fotos del lugar, antes de iniciar las reformas. Lo cierto es que estoy contemplando esas fotos y me vienen a la mente multitud de tardes y noches ensayando entre paneles de corcho y cartones de huevo. Entre 1989 y 1996 ese lugar fue nuestro local de ensayo, una guarida en las que pasábamos casi más tiempo que en nuestras casas. Luego la vida nos fue llevando a cada uno por caminos diferentes. Y así hasta hoy, apenas un presente de instrumentos mudos, desperdigados por sótanos y trasteros de media España. Como anécdota, digamos que el dibujo enorme del guitarrista del fondo fue pintado el 1 de agosto de 1990. Curiosamente, hoy se cumplen dieciocho años de ese día. Justo el día en el que, casualidades del destino, algún albañil se dispone a picarlo o sepultarlo para siempre tras alguna capa de yeso.