
Me gusta mucho esta fotografía de Dick Whittington, aparecida hace ya unas semanas en El País Semanal. En ella podemos apreciar el aspecto de un restaurante de Los Ángeles, una noche indeterminada de 1939. Me recuerda mucho a “Nighthawks” (“trasnochadores”) el lienzo que Edward Hopper pintó apenas tres años después de que fuera tomada esta instantánea.

Desde mi punto de vista, tanto la fotografía como el cuadro rezuman soledad por los cuatro costados, perfectamente ejemplificada en los clientes solitarios que beben o comen de espaldas, ajenos al artista que los está inmortalizando. De entre todos ellos, yo destacaría al personaje de la derecha, que entre sorbo y sorbo parece haber descubierto al fotógrafo y lo mira con atención.

Setenta años hace ya que esa mirada quedó grabada en la película fotográfica de Whittington, la mirada de un ser anónimo que día a día fue envejeciendo y que con seguridad llevará muchos años criando malvas. Es probable que incluso su familia apenas le recuerde hoy, y que no sea más que un nombre impreso en el reverso de algún documento raído y olvidado en un trastero en ruinas, pero a mí esta fotografía me deja el regusto amargo de las empresas imposibles, la impotencia de comprender que jamás sabré quién era esa persona, cómo se llamaba, a qué se dedicaba, si tenía familia, aficiones, secretos y esperanzas.
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