Desde hace unos días estoy en Chiang Mai, la ciudad más grande del norte de Tailandia. Lo cierto es que llegar hasta aquí puede resultar toda una odisea si lo haces en tren. En mi caso salí de Bangkok hacia las 18:00 y no llegué a Chiang Mai hasta pasadas las 11:00 del día siguiente. Tengo que decirte, sin embargo, que esto es mucho más tranquilo que la capital. La gente es amable y agradable, y los precios son bastante más baratos en general.
En el escaso tiempo que llevo aquí he hecho cosas que jamás pensé que haría, como pasear a lomos de un elefante por la selva o recorrer el río en una balsa de bambú (tan rudimentaria que el culo se te queda empapado a los diez segundos de montarte en ella). Me he negado, eso sí, (y mira que me lo habrán ofrecido como mil veces) a contratar una excursión al poblado donde viven las famosas mujeres jirafa. Que conste que he hecho esto por consideración a ti y tus insoportables teorías antropológicas acerca de la colonización, el capitalismo y la fastidiosa globalización. A mí, para qué voy a negarlo, me hubiera gustado ir. Al fin y al cabo sospecho que la situación de estas mujeres no dista mucho de la que he podido observar en otros poblados ubicados en plena selva. Todo está montado para agradar a los turistas y que se gasten cuantos más bahts mejor, de modo que los guiris nos dejamos caer por allí a diario con nuestras cámaras de fotos y ellos nos dejan retratar por unos minutos el decorado en el que viven a cambio de que les compremos algunas pulseras, bolsos o figuritas de Buda (que curiosamente no son artesanales, sino made in China). Pero, qué le vamos a hacer, jefe. Sé muy bien que este es el precio que a veces tengo que pagar por ser tu alter ego, así que chitón y a otra cosa.
La comida, como te conté en mi correo anterior, es insuperable. Eso sí, me temo que si llegas a ver cómo me prepararon hace dos días en un poblado los noddles no vuelves a probar bocado hasta aterrizar de nuevo en Barajas. Sólo te diré que el cocinero aprovechó el agua de colarlos para lavarse las manos (¡sobre los noddles!), y luego los removió enérgicamente con ellas (en alguna de las fotos que te adjunto puedes ver a este individuo trasteando de espaldas en su cocina).
Dormir tampoco se duerme mal. El problema es que amanece a las cuatro y pico de la mañana y por la tarde anochece antes de las cinco. Durante mi breve estancia en la selva he dormido sobre una esterilla muy fina, protegida por una mosquitera, en la planta superior de una casa de madera que se parecía un poco a los hórreos gallegos. Todo el ganado estaba abajo, así que imagínate el jaleo que liaban los dichosos gallos en cuanto se colaban los primeros rayos de sol por las agrietadas paredes de madera.
Sabes, jefe, todos estos paisajes seguro que te iban a gustar mucho. A mí me recuerdan a uno de tus libros favoritos: “Árbol de humo” de Denis Johnson. Vale que esto no es Vietnam, pero a veces voy paseando por algún poblado y me parece reconocer en algún turista los rasgos que en su momento les atribuí a Skip Sands o a su tío, el Coronel.
Pero no todo ha sido patear la selva y esquivar a los mosquitos y a las minúsculas sanguijuelas que abundan en los charcos y el barro (las puñeteras tienen una habilidad especial para localizar ese milímetro de piel libre que siempre queda entre tus botas y los calcetines).
Como digo, también he visitado algunos monumentos de Chiang Mai. El que más me ha impresionado ha sido el Wat Doi Suthep Phrathat, un templo que se encuentra a unos 15 km de la ciudad. Según tengo entendido es un lugar sagrado para muchos tailandeses (creo que hay una reliquia de Buda y todo, pero me hagas mucho caso. En fin, es lo malo que tiene montarte sin pensarlo en el primer avión con plazas libres que hay, que al no saber tu destino todo queda en manos del azar y la improvisación). Desde el templo las vistas de la ciudad de Chiang Mai son estupendas. Personalmente, uno de los lugares que más me gustó de este templo fue un pequeño bosque cuyos árboles están decorados con proverbios en tailandés e inglés.
Cuando cae la noche en Chiang Mai no hay nada como perderte en el Bazar Nocturno: miles de tenderetes repletos de ropa, bisutería, cerámica… O, como hice yo anoche, acudir a uno de los muchos garitos que organizan veladas de Muay Thai.
Bueno, jefe, creo que con lo que te he escrito ya he cumplido por hoy. Así que te lo envío junto a algunas fotos y, con tu permiso, me voy a dar una vuelta. Afuera ha empezado a llover con fuerza, pero la noche aquí es demasiado tentadora como para quedarme encerrado en mi Guest House.
Un abrazo.
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Compartimos la devoción por "Árbol de humo", pero eso ya me lo esperaba.
ResponderEliminarTambién por la cocina tailandesa, qeu degusto en mi páramo andaluz, pero también cuando viajo. Por ejemplo, en la margen sur del Tiergarten hay un restaurante popular llamado Giraffe (nombre que también conecta con tu post). Durante diez o doce días cenamos allí mi pequeña pero gran familia y yo, hace tres años. El último día pedí algo a lo que llevaba echándole el ojo los anteriores: panäng curry (te pongo la descripción, por si te interesa: "In scharfem rotem, thailändischem Curry und Kokosmilch gebratenes Hähnchenbrustfilet, serviert mit frischem im Wok geschmortem Gemüse und Erdnüssen, dazu Basmatireis"). Conclusión: no dormí en toda la noche, por causa del dichoso curry del panäng curry como de la brutal cantidad que colmaba el plato.
Saludos.
Oído cocina. He localizado el restaurante en Google Maps y me lo apunto para cuando vaya a Berlín. Por cierto, junto con Viena, las dos ciudades que más veces he intentado visitar y todavía no conozco.
ResponderEliminarDesde luego, José Luis, lo del panäng curry para cenar tiene delito. Pero quién se acuerda de eso mientras está comiendo, jeje.
Un saludo