martes, 22 de enero de 2013

CUANDO TERMINÓ, LA HISTORIA TODAVÍA ESTABA ALLÍ

Esa es la sensación. Que, tras un largo paréntesis, todo sigue igual que antes. Como esos amigos que ves de higos a brevas pero basta con el abrazo inicial para saber que nada ha cambiado. Algo parecido ocurre con esta historia, una de las muchas que llevan años cogiendo polvo en el disco duro de mi ordenador. Haciéndose viejas. Condenadas. Relegadas al olvido por temarios de oposiciones. Por  mamotretos de antropología. Sé con certeza que esta no es mi mejor historia. Es, sin embargo, la historia que me apetece contar. Tal vez influya en esto el hecho de que los años pasan volando. El temor inevitable a distanciarme en exceso de ese protagonista que comenzó siendo mayor que yo y al que ahora saco casi una década. La sospecha real de que el mundo en ruinas que habita entre esas páginas ha empezado a desmoronarse, y o lo apuntalo con palabras o lo dejo difuminarse hasta ahogarse en la nada.

De modo que ahí me tienes, tratando de organizar en un corcho viejo y destartalado una historia que lleva quince años dando tumbos en mi cabeza. Apenas tres meses en la vida de un treintañero cuyos días transcurren de su casa a la charcutería y de la charcutería a su casa. Con la ciudad de Córdoba como escenario. Con muchas dudas y un título que, de momento, me guardo para mí.

 
Sí, amigo.

Aquí está todo.

Que alguna vez sea algo ya solo depende de mí.

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